miércoles, 31 de agosto de 2011

La Sala: Italia36 (1/3)


    Elena está contando el dinero que se estimó valdría el ejemplar. Las órdenes fueron claras: conseguirlo al precio que fuera. Pero, claro, no hay que tirar la casa por la ventana; si se pudiese regatear, se regatearía.
   Ely llega media hora tarde. Elena se exaspera. Está cansada de los retrasos de su compañera. Hizo bien en citarla tres cuartos de hora antes. Se acerca al puesto de helados y pide una granizada de limón para combatir el calor. Se vuelve a sentar en un banco a la sombra de un naranjo y le da volumen a su prehistórico mp3. Quince minutos después aparece Ely corriendo, roja como un tomate, aunque no de vergüenza.
   -Elia, llegas cuarenta y cinco minutos tarde -dice Elena.
   -Lo siento, Ele, es que tenía que dejar las compras en el piso -parece muy arrepentida-. ¿Crees que lo habrán vendido ya? ¿O te has adelantado?
   -Mira detrás tuya -da por toda respuesta.
   Ely obedece y observa cómo, al otro lado de la plazoleta abren las rejas de una tienda. Entonces se gira enfadada.
   -Dijiste que abrían a las 5:30pm.
   -Ya. He mentido a posta.
   -¿Qué te tengo dicho? Si vienes a primera hora no hay oportunidad de regateo, tienes que preguntar, ofrecer, rechazar, irte y volver más tarde. ¡Casi me ahogo del carrerón que he metido!
   -No creo que haya muchas oportunidades. Éste caso es de rango C, y no podemos perder la oportunidad.
   -¿C? ¿Y cuál es el riesgo? ¿Hay anuncios en Internet? -pregunta Ely un poco más seria.
   -Sí. Por lo que hemos podido ver, uno en la personal de esta tienda y tres de coleccionismo.
   -¿Cuántos años tiene?
   -Primera edición con dedicatoria.
   -¡¿Se puede saber qué hacemos aquí?! -grita, y se marcha.
   Elena se sobresalta. Todavía no se acostumbra a los cambios de humor de su nueva mejor amiga.
  Ambas se dirigen apresuradamente hasta la librería. Es muy nueva. Los estantes están prácticamente desnudos. Elena observa el objetivo mientras Ely idea la estrategia de la compra. Observa al chico de la caja. Demasiado joven para su gusto. Unos veinticinco años. Pero no es de letras, más bien de cemento y hormigón. Malo. Tendrá que recurrir a la pose sexy, que obtiene muy pocos resultados, pero en este caso es la mejor opción.
   Elena comprueba que es auténtico, unos ciento cincuenta años en buen estado. Primero debe determinar si es el que están buscando: firmado por el autor para el duque de Orleans. Lo examina, compara la letra con la foto de su bolsillo. Acaricia con las yemas de los dedos el lomo y algunas páginas: rígido. Por último lo huele... óxido, polvo, tinta de colonias inglesas, tabaco y opio. A simple vista, olfato y tacto no hay nada que indique que es falso.
  Precio: noventa euros. Casi la mitad de lo que tenían pensado.
   Elena hace un gesto afirmativo a Ely y ésta empieza:
   -Hola -saluda apoyada en el mostrador con una enorme sonrisa con un toque de pircardía-. ¿Qué tal estás?
   El chaval resulta ser un bobalicón y se queda mudo.
   Entonces Elena suelta el libro suavemente sobre la mesa para no bajar al sujeto de la nube.
   -Creo que éste es perfecto para llevárselo a mi abuelo -continúa la cazadora sin apartar los ojos de su presa. Lo abre como quien no quiere la cosa y pone cara de pena al ver letras en la primera página -. ¡Oh! ¡Pero si está garabateado! ¿Cómo le voy a regalar ésto a mi abuelo?
   El pobre ingenuo mira cómo se borra la sonrisa de Ely y quiere volver a recuperarla:
   -Vaya, tranquila, arrancaré la página -sugiere agarrando ya el papel.
   -¡No! -gritan las dos a la vez.
   El muchacho se queda entre asustado y extrañado.
   -Con lo viejo que es -responde Ely-... a ver si te lo vas a cargar entero.
   La presa, sin ningún tipo de sospecha, piensa en la solución.
   -Mira, vamos a hacer una cosa -sólo se dirige a Ely- como está manchado, nadie se lo va a querer llevar, así que te lo regalo.
   Claro, ahora, las que se quedan sorprendidas, son ellas.
   Entonces oyen los pasos cansados de un hombre con bastón o muleta junto con la voz de la experiencia.
   -¿Ha venido alguien? ¿Qué ocurre?
   -Muchas gracias -se despide Ely con una sonrisa arrebatadora y entusiasmada mientras saca a empujones a Elena de la tienda-. Corre, vámonos. ¡Deprisa!
   Fuera, Ely camina deprisa y al girar la esquina, aún más. Elena, como todavía es un poco novata, pregunta por qué corren.
   -El viejo, el dueño,... Sigue andando, vamos, rápido... Cuando se dé cuenta de qué ha hecho su nieto o quien sea, va a venir corriendo detrás de nosotras -dos manzanas más tarde, giran otra esquina y se sientan en un portal-. Si tiene buenos pulmones, podremos oír los gritos desde aquí. En realidad me siento como si hubiese robado. Pero no tenemos la culpa de la ignorancia del chaval. ¡Verás cuando se lo contemos a Eddy en La Sala!


   La Sala era al lugar más asombroso que Elena había visto en su vida. Sin tener nada que ver, lo relacionó con los edificios musulmanes: fachada austera con interiores bellísimos. Pero ya digo que no tiene nada que ver. El edificio en sí era renacentista, una más de las copias de la Villa Rotonda (pero a lo grande): mármoles, columnas, frontones y arcos de medio punto. Había sido sumamente luminoso y tan blanco que, a pesar de elementos algo macizos, había un aire vaporoso, de ligereza. Y además no se llamaba La Sala, sino Blanca Arcadia, pero acabó por parecer un nombre cursi y terminó siendo sustituido.
   Pero esto no es nada realmente extraño y exclusivo. Lo que lo hacía especial era estar totalmente rodeado de una estructura de hormigón, chapa y cristal. De ese modo parecía una nave de oficinas y almacén, quitando al mundo un lugar más de esplendor y culto.
   ¿Por qué? Eso es una larga historia que ya se irá descubriendo.
   ¿Qué era La Sala? Una mezcla de comuna de coleccionista con otras muchas cosas, como una biblioteca privada o un centro de investigación de la historia de la literatura universal. Algo así como un club selecto, una organización que pronto cumpliría su bicentenario, que se dedicaba a reunir en un solo lugar las mayores joyas en papel. Todos los miembros tenían acceso a cualquier obra, si bien algunos requerían más seguridad que otros.
   En realidad funcionaban como una sociedad secreta de espías. El secretismo era imprescindible por varias razones: había otros coleccionistas que no dudarían en arrebatar el esfuerzo de tantos años, grupos radicales en contra de "algo" en especial que quieran destruir,... y, sobretodo, muchos de los artículos podrían ser considerados patrimonio público, con lo que acabarían bajo la llave de alguna vitrina de alguna sala de algún famoso museo. En cualquier caso, levantar el secreto, significaría el fin de la sociedad y no se quería ni pensar en las posibles consecuencias.
   Por ello, los miembros pasaban un exhaustivo examen y un largo período de formación.
Elena fue sugerida a la sociedad por su amigo Eddy. Durante casi un año la estuvieron investigando y comprobaron su afán por los libros, la forma tan meticulosa que tenía de tratarlos y su pequeña obsesión de investigar cada obra hasta quedarse satisfecha. De modo que, una vez comprobado que podría ser óptima, se le ofreció formar parte de la organización cuando recién cumplía los 18 años. Primero haría un curso intensivo de literatura universal en dos meses, y debía hacer un examen de 300 preguntas cuyas respuestas serían una frase. Debía tener correctas, al menos, 290. Una vez dentro se le asignaría una función en la que ella estaría de acuerdo. De modo que se formó para la verificación de autenticidad. Pero aparte, debería estudiar una carrera propia (ella escogió Hª del Arte) y varios idiomas: los grandes europeos, griego clásico, latín y ebreo. Y por último, pero no menos importante, debía tener una forma física tal que superase unas pruebas muy exigentes.
   Después era asignada a un grupo. Cada grupo se dedica a un tipo de misión: investigación, recaudación, conservación, estudio,... Cada grupo tiene su subgrupo, varios miembros de distintos subgrupos pueden formar una sección dentro de una célula,.... La unidad indivisible es la pareja, que debe reunir entre los dos miembros el mayor número de características posibles, acordes con sus misiones.
   Éstas se clasifican en cuatro grados: A, para una misión que puede ser realizada por cualquier subgrupo; B y C tienen un significado diferente para cada subgrupo (siendo C de mayor importancia que B); la D es de Delicado, significa, para cualquier pareja, que es una misión difícil que requiere cautela, que se trata de una misión única.


   Elena está asignada al grupo de recaudación, subgrupo de compra; y actualmente se encuentra en la célula de Italia. Esta célula está formada por dos parejas de investigación teórica, dos de investigación de campo y cinco de ejecutores, de las cuales, cuatro son recolectoras y la otra defensora. Lo habitual no es que haya una célula tan grande en un lugar, y menos, permanente. En cada apartado del mapa había al menos una pareja de investigadores teóricos y otra de ejecutores, variando el número y la cercanía según el lugar.
   La razón de que se hallen tantos ahí, es que andan tras la pista de un ejemplar único: un manuscrito de Aristóteles. Según las investigaciones, habría pertenecido a un coleccionista de objetos únicos. Este rico (ciertamente, habría de haberlo sido mucho) ha caído en desgracia y está vendiendo su colección.
   Como se puede suponer, la venta de algo así es peligroso, porque no sólo es profundamente codiciado, sino que nadie debe saber que existe (al igual que muchos otros artículos de este señor). Los mensajes que este vendedor "manda" son vagos y, en ocasiones, incoherentes. El mercado de obras de arte es distinto y muy superior al negro vulgar: cada objeto debe ser rápidamente vendido, su rastro se pierde inmediatamente, a veces antes de saberse de su existencia. Éste es un caso excepcional, y tiene a la célula Italia36 (por ser ésta la trigésimo sexta vez que se forma un grupo tan grande en este país) en tensión constante: los investigadores teóricos están continuamente recaudando información sobre TODO, los de campo, lo propio, y los ejecutores, cada pareja, haciendo sus cábalas según su experiencia. Cada par ha hecho sus planes para cada posibilidad a partir de la información obtenida; teniendo en cuenta el trabajo de los investigadores, son miles de informes, miles de posibilidades, y cada una tiene cinco planes diferentes.
   Pero claro, llevan un mes allí, y ha habido tiempo para encontrar más artículos. En especial, la pareja de "buscatesoros" han encontrado un palacio gótico enterrado en una montaña y han obtenido un libro del que no se sabe nada. Será enviado a la central junto con otros diez artículos. Además, el palacio albergaba una gran galería de cuadros, que en su mayoría se piensan vender -de algún modo habrá que financiar tanto "espía" (aunque tienen otros medios).
  También hay tiempo para el ocio. Elena ha podido ver de primera mano todo lo que estudió en la universidad y ha disfrutado más que un niño chico en Disneylandia; se sabe las calles de Roma y Florencia como su nombre. Ely, por su parte, se ha aprendido todas las tiendas de Milán y las playas a las que ha tenido acceso.
   La célula tiene alquilada cuatro viviendas, toda una planta de un piso, para poder resguardar a los dieciocho agentes y su equipaje. Los únicos que permanecen casi permanentemente allí son los investigadores teóricos, siempre a la espera de un mensaje de última hora, de alguna información nueva.
   Cuando nuestras chicas entran en el "piso franco" se les ve a los cuatro trabajando y a una pareja de campo lista para salir. Carlo está hablando por teléfono mientras Michel escucha la conversación con auriculares, anota y revisa hojas. Carlo tiene 67 años y está especializado en las mafias de Europa y más aún de Italia, y junto con Michel, 47, relaciones intermafiosas a nivel mundial, forman una pareja de investigación teórica especializada en mafias.
   Como ésta es la primera misión grande de Elena, ella intenta captarlo todo. Quiere aprender hasta el último detalle. En este instante observa a Carlo. Ve que está sudando, que su cara está en tensión y que su pie izquierdo tiembla a toda velocidad. Por contra, su voz es serena, segura y tranquila. Habla algo deprisa, pero sus palabras son concisas. A Elena también le habían enseñado a contener su voz, a usar el tono según lo exigiera la circunstancia. Pero nunca había tenido que hacerlo en un estado de gran agitación; por eso le sorprende el contraste que representaba Carlo.
   Cuelga y consulta algo con Michel y con la pareja de investigación. Intercambian unas palabras y en cuanto terminan, éstos salen disparados, con apenas un saludo precipitado.
   -¿Qué ocurre? -pregunta Ely.
  Carlo, evidentemente enfadado, dice que nada mientras se pone la chaqueta y sale con un portazo. El sonido del golpe retumba dos segundos en la estancia. Las muchachas interrogan con la mirada a Michel:
   -Está enfadado. Su contacto nos ha dado ya dos "soplos" falsos. Siente que le está tomando el pelo.
   -Entonces, si le miente, ¿por qué confía en él otra vez? -pregunta Elena.
   -Porque puede ser que no le esté mintiendo, sino que el contacto reciba información errónea.
   -En cualquier caso, no sirve. Tendréis que buscaros a otro -dice Ely.
   -No es tan fácil. No se puede perder la comunicación de repente. En este mundillo hay que saber meterse sin entrar, mantener siempre una posición firme y, sobre todo, salir sin dejar cabos sueltos o material siquiera para hacer uno.
   -¿Es que hay mucho material para hacer cabos? -vuelve a preguntar Elena, que está muy interesada en el modo en que trabajaban sus compañeros.
   -Nos hemos preocupado de que no haya ni un solo pelo. Pero eso de que pueda ser que se estén burlando de nosotros, indica que hemos perdido la posición firme.
   -¿Y eso qué significa?
   Elena ha recibido formación para todos los tipos de situaciones en los que podría encontrarse un espía de La Sala y, claro, también ha tenido algunas lecciones sobre cómo tratar con la mafia. Pero ahora las está tomando de forma práctica. No sólo de Michel: cada vez que puede interroga a todos los agentes y se embebe de la "sabiduría" que tiene alrededor.
   -Bueno,... Imagina que alguien tajante te hace preguntas y hasta te indica que hagas cosas... que te ordena intentado aparentar que no -a Elena le gustan las explicaciones de Michel, porque las da siempre con un ejemplo que puede entender-. Pensarías algo como "quién es este tío". ¿Entiendes lo que te quiero decir? Te preguntarías qué autoridad tiene esa persona para que pueda darte órdenes. Mientras lo averiguas, previniendo, lo tratas bien. Dependiendo de la fortaleza de la persona, puede que incluso ceda a obedecer. En cualquier caso, esa persona está en ventaja respecto a ti, porque él sabe quién eres y tú no sabes quién es él.
   -Entonces, ¿es que el contacto sabe quienes somos? -se asusta Elena.
   -Espera, sigamos. Tú averiguas quién es esa persona. No me refiero a datos; quiero decir que sabes la razón que le da autoridad a esa persona. Tú lo aceptas y lo tratas como tal.
   -¿Qué le da autoridad a Carlo?
   -Sesenta años de curiosa vida -dice dejando más intrigada a la chica-. Bueno, déjame que siga. Vale, de repente, tú dejas de obedecer a esa persona, de tratarla como a alguien que está por encima de ti. ¿Por qué?
   -Pues, porque... -Elena se queda pensando unos momentos, como si fuera una pregunta de clase-. Puede ser por muchas cosas.
   -Muy bien, ¿cuáles?
   -Pues porque la persona haya perdido la autoridad, porque yo la haya ganado y esté por encima, porque alguien de autoridad mayor me haya ordenado dejar de obedecer al otro,...
   -Exacto. Hay algunas más, pero están descartadas junto con la de que haya ganado autoridad el contacto.
   -Eso es lo que han ido a averiguar Kim y Abel, ¿verdad? -dice Ely, quien nunca ha estado interesada por el trabajo de los demás pero, ahora, gracias a los interrogatorios de Elena, estaba aprendiendo otros tipos de persuasión que no se aprenden de teoría y que podría necesitar algún día.
   -Verdad. Estos dos posibles son algo feos. Pero no hay por qué preocuparse, lo más probable es que todo quede en nada. Este tipo no pertenece a un grupo especialmente peligroso. Sea como sea, se solucionará.
Elena se queda más tranquila.
  Entonces Ely se acerca a Emma y Josué. Son la otra pareja de investigación teórica especializada en jackear. Emma en ordenadores estatales, y Josué en la de particulares. Son ellos los que más artículos aparte del objetivo principal han encontrado, pues mientras han estado recorriéndose los ordenadores de media Italia, necesariamente debían toparse con cosas.
   -¿Qué? ¿Cómo va el asunto? -pregunta Ely.
  -Bien, la verdad -contesta Emma-. Estamos casi seguros de que sigue un patrón determinado. Así que podemos afirmar que Cicerone ha puesto sus asuntos en mano de un profesional experimentado. Sólo nos queda saber cuál es este patrón para saber quién lo lleva a cabo. Michel y Josué creen que lo conocen, pero hasta ahora son incapaces identificarlo.
   -¡Entonces estamos cerca! Menos mal, tengo unas ganas de volver a La Sala...
   -¿Cómo os ha ido esta tarde?
   -Bien. Lo tenemos y nos ha salido gratis -dice Elena.
Josué y Emma se quedan mirándolas.
   -¿Lo habéis robado? -pregunta ella.
   -No. Lo que ha ocurrido es que Ely es muy buena regateando.
   -¿En serio?
   -De verdad. Hemos aprovechado que el dependiente no sabía mucho del tema y, mira por dónde, nos lo ha regalado.
   -Bueno. Pues mejor. Arrebatar maravillas de las manos ignorantes es una buena acción.
   -Y hablando de acción -interrumpe Ely-: ¿no hay algo por el sur? Tengo ganas de visitar el tacón.
   -Sí -dice Josué-. Hay una subasta de un supuesto manuscrito de Leonardo.
   -¿Subasta? ¿Cómo vamos a ir a una subasta? -dice Elena.
   -Ay, no te preocupes, si es como ir de compras a las rebajas -le tranquiliza Ely-. Además, te sabes la teoría, ¿no?
   -Claro. Aquel de la pareja que vaya a identificar la obra, debe ponerse en primera fila, para poder confirmar en la medida de lo posible si el libro es verdadero y es el que pujará. El segundo, con un micrófono, paseará por la sala, vigilándola, y observando a los otros pujantes, para poder decidir qué tipo de puja podría dar resultados más económicos y para que, en el caso de perder la oportunidad, se le pueda identificar rápido para los chicos de robos.
   -Exacto, muy bien. ¿Ves qué fácil?
   -¡Pero entonces tendría que ser yo la que pujase!
   -Lo harás bien, seguro -dice Josué.
   -Claro que sí, no ha más que hablar -dice tajante Ely-. Así que me voy a hacer nuestras maletas mientras éstos te explican más cosas.
Se aleja y antes de salir le pregunta a Michel dónde están los juegos de micrófonos y pinganillos.




domingo, 28 de agosto de 2011

28/8/2011 Querida Mary:

   Hoy, después de tanto tiempo, te escribo de nuevo para volver a llorarte. Hoy me quejo de la vida. No de la vida en general, sino de una de esas partes que vienen junto con el hacerte mayor.
   Quizás tú no lo entiendas, pues la mayor de las decisiones de una muchacha de tu época consistía en decir sí o no a una pedida de mano. Seguro tus opciones eran llevar éste o aquel color, tocar una u otra partitura o quizás qué libro leer.
   Pero las cosas han cambiado. El camino ahora está lleno de decisiones importantes que pueden marcar uno u otro sendero. Y es tan difícil. Hay tantas variables, tantos pros y tantos contras... Menos bolas de cristal para ver el futuro,... ¡Qué fácil sería preguntarle a un oráculo qué opción es la mejor! Desgraciadamente, ésta bifurcación está en la tierra, no en las nubes, donde todo puedo moldearlo a mi antojo.
    Mary, qué difícil es. Qué difícil es escoger entre el deseo y la utilidad. Entre la locura y la sensatez. Éste es mi problema: mi deseo es una locura, y lo sensato me parece un camino horrible.
   Seré más concisa:
   -A la diestra tengo un camino natural, despejado, fácil. Es el indicado, para el que tengo las puertas abiertas y sólo está esperando a que llegue la fecha para que yo empiece a caminar por él.
   -A la siniestra, si miramos bien, si quitamos hierbajos y nos atrevemos a pasar entre medio de dos zarzales, hay otro sendero oscuro, tenebroso, lleno de dificultades, angosto, agobiante,... Aparentemente imposible de atravesar. Mucho más largo y penoso.
   Supongo que está claro, debo coger el camino de la derecha. Pero no lo quiero. Ese camino es tedioso; no feo pero tampoco bonito. Además, cuando se termina empieza otro gris y monótono, con muy pocas alternativas a salir de él. Es muy poco atractivo.
   Todo lo contrario del de la derecha, que a pesar de ser un verdadero reto, puede ser fascinante. Y al terminarlo, hay varios para seguir y todos ellos igual de retantes y fascinantes que el comienzo. Pero sigue siendo una locura adentrarme en algo tan siniestro y ... a la deriva.
   Ya sé lo que me vas a decir, Mary, porque tú eres muy sensata. Sé que me dirás que coja el camino de la derecha. Para ti no habría ninguna duda. Pero yo si las tengo. Estoy aquí, en medio de los dos senderos, intentando saber si debo empezar a buscar un machete para adentrarme en lo incierto o, armarme de positivismo para seguir mi camino natural.
   No sé qué hacer, amiga. Apenas me quedan unos días para tomar el primer camino. Además me arriesgo a perder los dos, pues podría perder el de la derecha y no encontrar un machete para adentrarme en el de la izquierda.
   Dime algo. O mejor no digas nada. Creo que sólo pretendo decirlo en voz alta para convencerme cada vez más de mi locura y así volver a la cordura y encaminarme en la sensatez.

   Volveré a escribirte cuando sepa qué ha sido de mí. Hasta entonces.


viernes, 26 de agosto de 2011

Demasiado iguales (10, fin)



     Se acabó. Es curioso y muy frustrante que la gente tienda a valorar las cosas cuando ya no las tienen. ¿Cómo puede algo que siempre te procuró fastidio resultarte de repente tan preciado? Pero lo cierto es que siempre existió ese cariño, y sólo la separación nos quita la ceguera. Qué desalmado es el universo. 

     Esta mañana me llamó Alejandro. Me dijo por teléfono que quería hablar conmigo, que tenía que contarme algo. Yo accedí inmediatamente, porque tenía una sensación muy mala después de nuestra pelea de ayer. Sí, la pelea fue por una soberana tontería. Pero ese no es el problema; el problema es que somos nosotros. Alejandro y Alejandra, siempre juntos, siempre de acuerdo, siempre parejos y simultáneos. Las disputas no entran dentro de la definición. Por eso quería saber qué es lo que estaba pasando, y estaba claro que era algo suyo.
     Entré en su coche y lo primero que noté es que no llevábamos la ropa del mismo color a pesar de que no habíamos quedado en nada. Durante todo el trayecto permanecimos en silencio. Nos llevó al parque de la Corchuela. Allí, en una parte de la otra orilla del riachuelo, hay un claro semioculto, y desde allí, avanzando un poco más, hay otro más pequeño y privado que siempre huele a tomillo. Es uno de nuestros sitios favoritos. Cuando entramos en él, vi que había montado una especie de picnic. Inmediatamente me invadió una mal royo, pues  en la mesa había un impresionante y precioso ramo de rosas amarillas y negras.
     Me giré para ponerme frente a él y verle bien la cara. Me sentía completamente desubicada, pues estaba viendo al mismo tiempo a mi siamés y a un desconocido. Él tenía una expresión nerviosa y a la vez serena. ¿Cómo era posible? ¿De repente era dos personas al mismo tiempo? Pero me di cuenta de que no, de que simplemente era Alejandro, el mismo pero un poco más evolucionado. Así que me senté y esperé a que él lo hiciera y me dijera lo que quería contarme.
     Empezó pidiéndome perdón por no haberme dicho antes que él sabía que el que había cambiado era él. Desde hacía casi dos meses había estado guardando un secreto. No sabía muy bien por qué decidió no contármelo entonces...

     -... pero nuestra discusión de ayer hizo que me diera cuenta de que era una tontería no decirte algo que más tarde o más temprano ibas a saber. Y más tonto era arriesgarme a que acabáramos mal.
     Me mira. Sabe cómo decírmelo porque ya lo tiene planeado, pero no quiere.
     -Dímelo ya y punto.
     -Es que... decirlo en voz alta hace que parezca más real. Pero bueno, real ya es, así que... -toma dos respiros más- Me voy. A Londres. Mis padres han conseguido cada uno el empleo de sus vidas. Ya están allí. Mi casa ya está vendida y yo tengo hasta que hagamos los exámenes para reunirme con ellos.
    ...
    
    Un bloque de hormigón se alojó en mi pecho y ahí sigue. Sólo sentía eso. Por lo demás, mi mente estaba en blanco. Más bien gris. Metí la cabeza entre las rodillas y permanecí así incluso cuando él se acercó para abrazarme. Así nos quedamos mucho tiempo. Hasta que nuestros estómagos protestaron y nos pusimos a comer.
     -¿En qué piensas?-pregunta él.
     Jamás habría pensado que él me haría esa pregunta.
     -Pienso en que tienes mucha suerte. Has cumplido nuestro sueño. Pero vas a tener que trabajar mucho para ponerte al nivel de esa gente.
     -Ya.
     -Y, ¿no piensas volver?
     -Alguna vez, supongo. Pero no mucho. Suena mal decir que sólo te dejo a ti y a nuestros amigos, pero es que esa razón no tiene mucho valor utilitario como para volver más a menudo. Si al menos mis padres no hubieran vendido la casa, volvería aquí en verano, al menos.
     -Pero puedes quedarte en la mía.
     -¿En serio?
     -Claro.
     Los dos nos echamos a reír: no hace mucho, la sola idea de tener que compartir también la misma casa nos hubiera horrorizado.
     -Yo también tengo una habitación para ti en Londres. Así que yo pasaré un mes aquí y tú un mes allí.
     -Me parece estupendo.

     Nos hemos pasado el día hablando como nunca lo hemos hecho. Sobre todo. Me contó que había montado aquello así porque en el lenguaje de las flores, la del tomillo significa "nunca te olvidaré", las rosas amarillas significan amistad y son alegres y positivas para contrarrestar las negras, separación y tristeza. Su madre es decoradora de interior.
     Así que he pasado un día agridulce con mi mejor amigo. 

     Quién nos lo iba a decir. Se ha acabado. Ya no somos los iguales Alejandro y Alejandra. Me siento tan idiota por no haberme dado cuenta antes del aprecio que sentía por él y por lo nuestro. Era una relación tan insólita y tan... no sé. Me he pasado dos años despreciando a mi mejor amigo, a mi alma gemela. Soy imbécil.
     Pero al menos me queda la seguridad de que intentaremos seguir manteniéndolo. Ya no será lo mismo, pero seguro que sí igualmente bueno.


jueves, 25 de agosto de 2011

Demasiado iguales (9)



   Poco a poco la frecuencia ha aumentado: hace diez días no queríamos lo mismo para beber; hace ocho, Alejandro hizo un comentario que yo no había pensado; hace siete, fui yo la que hizo uno ¡con el que él no estaba de acuerdo!; hace cinco, volvimos a tener un fallo de coordinación,...

   Y hoy ha sido el acabose. Hoy, domingo, hemos ido al cine. Hemos visto la última de Harry Potter, y, justo al salir, dimos un profundo pero corto suspiro (de esos que parece que estás soltando el aire tras contener la respiración) como preámbulo a nuestro comentario simultáneo. Pero resultó no ser el mismo, pues mientras el exclamó "¡Qué pasada!", yo dije "Vaya mierda". Nos quedamos paralizados y miramos al otro de reojo. "¿Qué has dicho?". A partir de ahí seguimos hablando los dos a la vez, pero el problema es que no decíamos lo mismo. Ninguno de los dos estaba escuchando al otro; cuando nos dimos cuenta, nos dirigimos a la heladería (yo me pedí uno cucurucho de trufa con trozos de chocolate blanco, y él de chocolate blanco con trozos de galleta) y mientras uno lamía su helado, el otro exponía un argumento. Ante todo, civilizados, como siempre... Pero no era igual que siempre: estábamos intentado convencer al otro. Teníamos posturas totalmente opuestas y opiniones completamente diferentes sobre la misma escena. Como si no hubiéramos visto la misma película. ... El civismo se acabó cuando el helado y empezamos a discutir de verdad (fíjate de qué chorrada).

     Muy mosqueados, nos hemos ido cada uno a nuestra casa. Bueno, yo he venido a mi casa, no sé qué es lo que habrá hecho él. Qué extraño me resulta. No sé realmente qué me ha decidido a escribir todo ésto. Quizá quiera dejar algún resumen de lo que ha sido mi vida durante estos dos años, porque, sea como sea, esto significa el final de una temporada.


Demasiado iguales (8)




   Sólo cinco días después, hubo algo nuevo. Esa vez fue un fallo en la coordinación. Aquel sábado estábamos invitados a una fiesta muy pija (sí, cosas que ocurren y no sabes bien cómo). Era una especie de cena/cócktel. Vamos, que había que ir medio de etiqueta. Le tocaba a Alejandro elegir el color de la ropa. Así que tres semanas antes, fuimos los dos a una tienda muy cara pija para dejarlo todo preparado. Como él tenía preferencia, fuimos primero a la sección de caballeros y empezó a probarse trajes y camisas. Finalmente, elegimos un traje negro muy caro elegante, una camisa menta claro y una corbata verde esmeralda oscuro. Todo muy elegante, bonito y tan caro, que el de la tienda nos comentó que, debido a una promoción, se podía llevar otra camisa y otra corbata. Yo no sabía que eso se podía hacer en las tiendas caras pijas, pero así fue. De modo que cogió una camisa azul oscuro que no habíamos visto antes (aún no me explico cómo) y una corbata fina negra.
     Así que, después de veinte minutos de haber llegado, Alejandro tenía su ropa y ahora íbamos a por la mía.
     Pero hay una cosa que a la gente le gusta mucho: los tópicos. Así que, tras hora y media, y treinta y seis vestidos, Alejandro y yo expiramos un tremendo suspiro, nos miramos y, sin ser necesarias ni preguntas ni respuestas, él se depidió y me dejó sola con mi pelea. Es lo mejor que pudo hacer, pues la dependienta me hizo probarme veintitrés vestidos más hasta dar con uno lo suficientemente elegante (osea, caro) y que al mismo tiempo no me hiciese sentir ridícula. Con lo que terminé con un vestido muy simple: palabra de honor negro con cintas azul oscuro. ¿Por qué demonios estas cosas serán tan carísimas, si se pueden encontrar diseños prácticamnte iguales por una minúscula parte del precio? Hasta tal punto iba mi paranoia, que no estaba totalmente conforme con mi elección por ser tan abundante en negro, como el traje de Alejandro. Pero como me gustaba mucho, me llamé tonta y listo.
     Y así quedó la cosa. No había razón para volver a hablar de aquello. Tan sólo salió un par de veces la conversación porque alguien me preguntara qué me había comprado; pero daba la exquisita casualidad de que, cada vez que comentábamos algo sobre ello, no estábamos los dos juntos. Y mira que ya hemos llegado a un punto en el que es raro no vernos uno al lado del otro.
     Total, que nada nos había preparado para la sorpresa...
     No lo llamo idiota porque me da la sensación de que me estoy insultando a mí misma que si no...
     Resulta que Alejandro tuvo un pensamiendo independiente. Bueno, él sostiene que fui yo. El caso es que él, al ver la camisa azul (recuerda que el añil es nuestro color favorito), cambió inmediatamente de idea con respecto a la otra, y decidió que se iba a poner la segunda. Claro, a él ni se le pasó por la cabeza que yo no hubiera pensado en lo mismo. En ese momento estuvo absolutamente seguro de que yo ya sabía, habría deducido, intuido,... que él se pondría la camisa azul.
     ¡Pero no! Yo no pensé ni por un momento que su/nuestra elección había cambiado. Yo, hasta que lo vi en la puerta de la recepción, ni siquiera imaginé que se pondría la camisa del mismo tono azul que mis cintas.

    Nuestra amiga Nerea me da mucha pena. Ella quería (y quiere) estudiar Bellas Artes; pero le tocó un padre idiota que le convenció de que no tenía ningún talento y que mejor estudiaba empresariales y así le daría un buen puesto en su empresa. Pero ella lo adora, y siempre está dibujando como el que come pipas. Por eso siempre lleva un estuche encima con lápiz, goma y colores básicos. ¿Quién necesita cámara de fotos si se tiene una amiga que dibuja rápido y no excesivamente mal? Además, cuando una situación es divertida, la gracia queda mejor plasmada en una caricatura.
     
     Este es un esquema de nuestras fachas esa noche:



     Según ella, está lleno de simbolismo:
    • los cuerpos miran cada uno a un lado, porque no nos llevamos bien.
    • el brazo une las figuras, porque, a pesar de todo, dice, estamos unidos.
    • Una figura se apoya en la otra, porque somos un equipo y nos ayudamos.
     Lo demás, dice, es un reflejo de nuestra personalidad, como las caras serias o las poses relajadas. El patilarguismo no sé qué siginifica.
     Es de imaginar las bromas que nos hicieron nuestro amigos por venir a conjunto (tal era nuestro cuidado que nunca nos habían visto así). Y si no se imaginan, lo siento, pues yo no quiero revivirlas.
     Estuvimos casi toda la noche de morros. Primero por tirria. Luego, por la preocupación: ¿por qué nos estaba ocurriendo ésto? Aunque, bueno, ya no estoy tan segura de que él estuviese pensando en lo mismo.





sábado, 20 de agosto de 2011

Demasiado iguales (7)

   ...Pero algo ha cambiado. Ahora las cosas son diferentes.
   La forma de ser de una persona se forma a través de los años que ha vivido. Un bebé es una página en blanco que se va rellenando con cada palabra que oye, cada escena que ve, cada sensación, cada experiencia. Algunas de las cosas de marcan de forma muy sutil; otras son muy determinantes. Es por eso que los gemelos y mellizos suelen ser muy parecidos en cuanto a forma de pensar, gustos, aficiones,... porque ellos han recibido la misma educación y sus experiencias son casi las mismas. Son sólo pequeños momentos los que han hecho que sean diferentes.
   Por lo tanto, que dos personas completamente ajenas entre sí sean exactamente iguales, es prácticamente imposible. De hecho, yo creía que de forma absoluta.
  Lo que tenemos Alejandro y yo es lo más insólito que podría haber imaginado nunca. Y es ahora cuando me estoy dando cuenta, cuando ya se va.
   No sé qué conjunto de circunstancias se ha dado para que en el mundo, y tan cerca, se hayan formado dos personas iguales. Pero lo que debería haber sabido es que es improbable que se mantenga. Porque por parejas que sean nuestras vidas, siempre habrá diferencias.
   No sé si "eso" que ha ocurrido le ha pasado a Alejandro o a mí. Sólo sé que algo ha sucedido.
   Hace algunas semanas empezamos a notar cosas extrañas:
   Estábamos en una clase mía. Me explico: lo tenemos acordado todo, y con todo me refiero a todo, como quién interviene en cada clase. Es decir, si nos surge alguna duda, en vez de preguntar los dos, pregunta sólo uno; si hay que pedirle los apuntes a algún compañero, no lo pedimos los dos, sino uno sólo;.... Y así con la ropa (cada día uno elige lo que se va a poner y el otro, en consecuencia, tiene que elegir algo diferente, para no ir iguales cual idiotas), los regalos de los cumpleaños (ya conté lo de Nerea),... Total, que estábamos en una clase en la que quien debe participar de forma activa soy yo...

   La profesora termina una explicación y comienza uno de sus silencios de asimilación, en la que todos, como el nombre indica, asimilian lo que acaban de oír, repasan mentalmente lo que ha dicho y, si alguien tuviera alguna duda, se comentaría allí en medio. Es una de los pocos verdaderos docentes que hay por la facultad.
   De repente, noto que Alejandro me da un codazo. Lo miro extrañada, reflejo de su cara. Con los ojos me está diciendo "¿Qué te pasa?" y en los míos de lee "¿Qué ocurre?". No le entiendo... ¡¿Cómo que no le entiendo?! Estoy desconcertada. Él está desconcertado. Entonces mueve la cabeza señalando a la profesora. Lo que quiere es que le haga una pregunta. ¡¿Qué pregunta?! En una esquina del folio que estoy usando le escribo:
   ¡¿Tienes una duda?!
   Él lo lee y me mira abriendo mucho los ojos, incrédulo. Se aproxima el papel:
   ¡Claro! ¿Tú no?
   ¡No! Me ha quedado todo muy claro.

   Alejandro tuvo que hacer su pregunta él solo. Estuvimos emparanoyados durante el resto del día. Apenas abrimos la boca. Tal fue la magnitud de nuestra extrañeza.
   Sin embargo, al día siguiente estábamos tranquilizados ya y no le dábamos importancia, pues seguíamos tan iguales como siempre.
   Pero las diferencias continuaron...


viernes, 19 de agosto de 2011

Demasiado iguales (6)

   Desde aquel momento estuve más dispuesta a ver las cosas de forma positiva. Era difícil,
pero lo quería conseguir. Y es que si lo piensas bien, tener a alguien que es igual que tú, pero no
eres tú, sino que es otra persona, vale por dos veces tú. ¿Se me sigue? Quiero decir que, fuese cual
fuese la discusión, yo tenía dos votos a mi favor. Era genial salirse con la nuestra.
   Total, que dándonos cuenta de que lo compartíamos prácticamente todo: amigos,
asignaturas, aficiones, gustos,... pensamos que era una soberana tontería mantener una actitud fría y
distante. Así que de verdad intentamos acercarnos.
   La cosa empezó bastante bien. Resulta que Alejandro, con el tiempo, terminó aceptando la
oferta de Adrián y nos encontramos en las pistas. Nada más comenzar, Adrián tuvo un tirón y
Alejandro y yo nos vimos frente a frente. Fue una bolea espectacular. Corríamos de un lado a otro
de la pista y no se nos escapaba ni una sola. Nuestro espectador, a los cinco minutos estaba
alucinando con nuestra coreografía. A los diez ya se había cansado de que el marcador no avanzase
y se fue a las duchas.
   No sé quién fue el que, a los treinta minutos sin parar, ya rendido, dejó que se escapase la
pelota. Los dos nos tiramos al suelo, jadeando. Más tranquilos, nos echamos una mirada cómplice y
sonreímos contentos por el satisfactorio ejercicio.
   ¡Qué alegría sentía mientras me duchaba! Creía que lo habíamos conseguido, que nuestro
aborrecimiento mutuo había acabado para siempre...
   Pero en realidad... Bueno... así fue, pero... después me decepcioné.
   Resulta que fuimos a almorzar los tres juntos. Alejandro y yo estábamos tan contentos por
nuestro aparente éxito que queríamos festejarlo de alguna manera. La cosa fue más o menos así:

—¡Vaya! Parecía que lo habíais ensayado -comenta Adrián.
—Sí, ha sido fantástico -dice Alejandro.
—Sí, fantástico -digo yo.
Los dos estamos comiendo pez espada. Para beber: CocaCola con mucho hielo.
—Estaréis agotados.
Mucho -decimos ambos. 
—Mmm, qué bueno está esto. Y, ¿qué le habéis comprado a Nerera para esta noche?
''La sombra del vi...Nos quedamos mirando el uno al otro. Adrián también nos mira, pero divertido.
—Tenéis un problema.
“Sí, mi problema es él”.
¿Qué hacemos? Pfff -suspiramos y miramos a Adrián-: ¿Tienes papel y boli?

   Y así iba a ser siempre. Ya no podíamos hacer muchas de las cosas por nuestra cuenta
porque resulta que tenemos que consultar con nuestro doble y/o echarlo a suertes. Por cierto: perdí yo.
   También intentamos tener conversaciones propias. Pero acabaron siendo de lo más
aburridas. Al principio era agradable hablar por fin con alguien sobre una afición tan en desuso
como es el hacer puzzles, entre otros temas. Pero es muy poco... espontánea una conversación que está como... ensayada, preacordada: tú dices un comentario sobre esto y yo respondo con un comentario sobre otro aspecto de la misma cosa. Civilizados, sí; pero poco naturales. No nos aportamos nada.
   No, lo nuestro no es hablar...
   ...lo nuestro es más bien el baile, la coreografía. Dejamos de intentar caernos bien el uno al
otro y nos centramos en ser un equipo. Digamos que... nos rendimos a la idea de tener una sombra,
un doble, un siamés. No nos consideramos amigos, sino más bien una carga, algo de lo que no te
puedes librar, pero que al mismo tiempo es complementario, te ayuda y lo puedes aprovechar.
Somos el dúo mejor sincronizado que se puede imaginar. De algún modo hemos acordado estar
juntos para ser uno solo. No conversamos, no... Es una relación un tanto... En realidad no nos
relacionamos; tan sólo, eso, bailamos: nos movemos en sintonía. Simplemente estamos siempre
juntos e, innecesariamente, acordamos cosas con la mirada.
   Así nos ha ido bien. Pero...


miércoles, 17 de agosto de 2011

Demasiado iguales (5)

 Otra escena que iba  poner a prueba nuestra paciencia, fue cuando nos emparejaron para hacer un trabajo de Biología funcional de las plantas. ¿Cuál había sido el criterio? Orden de lista: Alejandra Salgado, Alejandro Salguero. También era mala suerte: había otro Salgado, pero su segundo apellido era Álvarez mientras que el mío es Mora; y otro Salguero, pero su segundo apellido era Velasco mientras que el de Alejandro era Morales.
 Sí, Salgado Mora y Salguero Morales. ¿Se entienden ahora a los profesores con lo de las calificaciones?
 Nos enteramos de la noticia, giramos las caras para vernos, nos amenazamos con la mirada y nos fuimos cada uno por su lado.
 Lo que yo más quería en el mundo era terminar las clases e irme derecha a mi casa y no pensar más en mi incordio personal. Pero las responsabilidades están antes. Así que me dirigí a nuestra sala favorita. Es la que más nos gusta porque no suele haber mucha gente y su forma y orientación hace que no sea muy fría en invierno y, sobre todo, no muy calurosa en verano. Seguro que iría allí y llegaríamos a la misma hora.
 Bueno, muchas veces he dicho que lo pensamos todo a la misma vez y del mismo modo. Eso implicaría que estuviésemos pegados continuamente. Pero no es así (si no, nos hubiéramos matado hace mucho tiempo). Sólo las cosas que se escapan a nuestro control hacen que nuestras vidas sean diferentes. Como por ejemplo, que nos sorprenda una calle cortada en el camino, que se nos rompa algo (como la ducha, la mochila,...), etc. A mí me pasó que me retuvo cinco minutos una compañera que me pedía unos apuntes. Ante este cambio en mi camino, se me ocurrió algo que él no podría llevar a cabo porque no estaba en mis circunstancias. Él, en la sala, pensaría en zumo de manzana; yo estaba al lado de una tienda y pensé en comprarlo. Y así lo hice: compré dos. Así empezaríamos con buen pie.
 De camino hacia allí pensé en una idea para que pudiésemos hacer el trabajo de forma organizada, civilizada y sin peleas: dividiríamos el trabajo en secciones y la mitad para él y la otra mitad para mí. Pondríamos las distintas partes en trozos de papel y uno a uno, por suerte, tendríamos nuestras partes. Sin conflictos, sin dos veces lo mismo.
 Repito que nuestras circunstancias eran diferentes. Por lo que, mientras yo caminaba hasta llegar, él ya lo había hecho. De modo que todo quedó acordado sin palabras.
 Y fue así como nos dimos cuenta de que podíamos ser un buen equipo y si bien, por nuestra naturaleza, nunca nos caeríamos bien, íbamos a tratar al menos de organizarnos para no sacarnos de quicio.

martes, 16 de agosto de 2011

Demasiado iguales (4)

 Mirándolo ahora en retrospectiva, me doy cuenta de lo prejuiciosos que fuimos. No nos dimos ni una oportunidad desde el primer momento.
 Como ni Alejandro ni yo estábamos por la labor de hablar, y Maribel necesita de mucho ánimo para ello, Adrián no paró de rajar en toda la cena. Pero hubo algunos intervalos en los que intentaba sacar algún comentario a alguien mientras él masticaba y que así no se hiciera el sepulcral silencio. Y de verdad que le puso empeño:
 -Y, bueno, Alejandro, a ti también te gusta el tenis, ¿no?
 -Sí.
 Adrián mastica...
 -¿Lo practicas?
 -De niño sí, pero ahora sólo de vez en cuando.
 Adrián mastica...
 -Podrías venir con Alejandra y conmigo, que siempre tenemos alquiladas unas pistas los sábados.
 -Gracias...
 Adrián mastica...
 Obviamente, cuando Adrián le hizo el ofrecimiento, le miré de forma muy amenazadora, diciendo sin palabras que ni se atreviera.
 La cena terminó con una silenciosa rabieta infantil, porque ni él ni yo estábamos dispuestos a ceder el último manjar.
 -¿Querrán algo de po...?
 -¡¡TARTA DE CHOCOLATE BLANCO!!
 Todo el mundo se rió: el camarero, Adrián y Maribel. Alejandro y yo también, pero fue una risa muy falsa diferente. Después sí nos reímos de verdad: de alivio, porque el camarero dijo que habíamos tenido suerte porque eran los dos últimos trozos. El alivio era porque, de haber habido uno menos, ¿qué habría pasado? ¿Nos habríamos peleado de verdad, cual críos? Sí, no cabe duda de que así hubiera sido.
 ¡Ahora sé por qué recuerdo tan bien aquella noche! ¡Porque la tarta estaba deliciosa!
 Cuando terminamos, nos fuimos a un pub y allí fue donde Adrián se puso a charlar con Alejandro y yo con Maribel. Resultó ser una muchacha muy interesante y amante del cine. Hasta me invitó a ir a su casa para ver una película que llevaba tiempo queriendo ver y que era una de sus favoritas.
 Finalmente, Adrián acompañó a Maribel a su casa y Alejandro y yo nos fuimos cada uno por su lado, alegres por haber conocido a alguien nuevo de agradable charla y avergonzados por nuestra inicial actitud idiota.


sábado, 13 de agosto de 2011

Demasiado iguales (3)

  La hipocresía es considerada una actitud mal vista. Pero yo creo que si es llevada a cabo por uno mismo, sin hacer daño a nadie y aplicada de forma cómica, entonces puede resultar divertida.
  Por ello, mi sonrisa sólo fue fingida en parte cuando nos presentaron y nos saludamos con sendos besos en las mejillas. Desde ese momento empezamos a hablar, aunque no con palabras, sino con la mirada. Nos estábamos diciendo "Tenías que ser tú. Seguro que me sacarás de quicio. Más te vale portarte bien porque como le arruines la cita a mi amig@...".
  El lugar de la cita lo había escogido Maribel. Estábamos en un punto estratégico que debía haber sido estudiado de antemano, pues nadie repararía en nosotros y al mismo tiempo no nos sentíamos aislados.
  En aquel inicial encuentro fue cuando tuvimos la primera oportunidad de darnos cuenta de que caíamos igual a la gente. Por lo tanto, Maribel y yo congeniamos de maravilla y Alejandro y Adrián también se llevaron genial desde el principio.
  Pero eso no quitó la tensión entre Alejandro y yo. Estábamos sentados frente a frente, con lo que las miradas asesinas volaban.
  -¿Qué van a tomar de beber? -pregunta el camarero.
  Yo ya tengo pensada mi cerveza en vaso de tubo. Primero contesta Adrián, luego Maribel y luego Alejandro:
  -Cerveza en tubo para mí.
  Será capullo. Ahora mismo cambio. ¡¿Qué pido ahora?!:
  -Mmm... eeh... Cola. Pero no Pepsi, sino CocaCola.
  -Sin problemas, de acuerdo -dice el muchacho y se va.
  Pero después me adelanté yo, jeje.
  -¿Para comer?
  Me adelanto a todos, porque nada va a impedirme disfrutar de un solomillo con salsa roquefort.
  -Solomillo con salsa roquefort, por favor.
 Le veo la cara de refilón. Si las miradas matasen... Piden Adrián y Maribel. A él se le ve revisando la carta a todo trapo.
  -¿Y usted? ¿Qué va a ser?
  -Mmm... eeh... filete de dorada.
  Todavía dudo de si fue gracioso o un ignorante dedo en la llaga que Adrián se pusiera a decir que qué casualidad que él y Maribel hubieran pedido lo mismo para comer. Entonces pensé que sí, que esa actitud infantil debía deberse a que estaba enamorado. Luego me di cuenta de que más infantil era la mía y me limité a escuchar y no pensar.

viernes, 12 de agosto de 2011

Demasiado iguales (2)


  Yo no soy tonta. Por lo tanto él tampoco. Aunque no nos hubiésemos hablado durante todo un año (primero de carrera), nos conocíamos muy bien. Por lo ya comentado: las calificaciones, encontronazos producto de pensar igual,... Normalmente, en las ciudades grandes es poco probable que tengas habituales tropiezos con gente conocida. Aunque claro, si frecuentas los mismos lugares que otra persona, es más fácil. Pero es que además, da la maldita casualidad de que asistís a las mismas horas. Osea: la única oportunidad de que no nos viéramos las caras era yéndose cada uno a su casa.
  Ya por entonces comenzó la tirria. Bueno, en realidad, primero era gracioso; luego, interesante; después, raro; finalmente, algo pesado.
  La insistencia de este hecho produjo malestar. Al principio nos resistimos a cambiar nuestros hábitos por culpa de un desconocido. Más bien esperábamos a que el otro decidiera salirse de su costumbre. Pero eso no ocurrió, sino que cambiamos los dos a la vez. A estas alturas de la narración podrás suponer que nuestros nuevos hábitos coincidían a la perfección.
  Sí, empezamos a caernos muy mal.
  Alguien podría pensar "Y de tanto coincidir, ¿no intercambiasteis algunas palabras?". Eso habría sido lo normal. ¿Por qué no lo hicimos? Hay varias teorías: los polos iguales se repelen, introversión de ambos,... Yo creo que nuestro subconsciente nos dijo que si alguien se llevaba el último ejemplar a prestar de la novela que quieres sacar de la biblioteca, ese alguien no puede ser tu amigo. La hipótesis de mi nuestra amiga Nerea me nos hace mucha gracia por la forma en que ella misma se expresa. Entrecierra los ojos y dice que somos videntes porque sabíamos que nos íbamos a caer mal desde el principio y que por favor averiguásemos qué estructuras de desarrollo prefería su profesor de Hª de la Economía.
  El caso es que en algún momento nos tuvimos que decir las primeras palabras. ¿Cuándo y cómo? Bien, eso es difícil de recordar, porque no me gusta guardar en la memoria cosas feas. Pero aún mantengo lo suficientemente nítida la escena porque fue, en verdad, curiosa:
  Mi amigo Adrián me suplicó que le acompañase a una cita doble con su nueva novia. El chaval estaba muy ilusionado, porque decía que tenía muchas cosas en común con ella y que opinaban casi igual sobre casi todo. Se le veía medio enamoriscado al chaval. El caso es que ella era un poco tímida y se sentiría más cómoda si hubiese otra pareja con ellos. Y se les ocurrió la feliz idea de emparejar a uno de sus mejores amigos. Sí, está claro, ¿no?: Adrián me lo pidió a mí y Maribel se lo pidió a Alejandro. Según hablaron en la cena, se les ocurrió porque cada uno nos describió por encima y se sorprendieron de casi tanta coincidencia como en ellos.
  Ahora se puede pensar “¿Son buenos amigos y no les habíais dicho que durante un año os topabais constantemente con otra persona?” Sí. Ya, la introversión es así. Qué le vamos a hacer.


jueves, 11 de agosto de 2011

Demasiado iguales (1)

Mi ficha
Nombre: Alejandra.
Edad: 19 años.
Estudios: segundo año en Biotecnología.
Idiomas: además del castellano, inglés e italiano.
Color favorito: Añil.
Hobbie: hacer puzzles.
Tema de conversación preferente: todo lo que tenga que ver con el tenis.

Ésta es la ficha de él
Nombre: Alejandro.
Edad: 19 años.
Estudios: segundo año en Biotecnología.
Idiomas: además de castellano, inglés e italiano.
Color favorito: Añil.
Hobbie: hacer puzzles.
Tema de conversación preferente: todo lo que tenga que ver con el tenis.

 Esto es un resumen muy resumido de las semejanzas entre Alejandro y yo. Ya hemos gastado todas las frases tipo "Yo también", "Igual que yo",...
 Y es que no es sólo que tengamos los mismos gustos, aficiones, opiniones,... ¡Es que hasta pensamos igual y a la misma vez! ¿Puedes imaginar lo agobiante que resulta tener una conversación en grupo y que al responder a un comentario tu voz tenga eco? ¡Si hasta en la voz se nos puede confundir! Porque él la tiene suave para ser tío y yo grave para ser tía. Y lo que te hace odiar ya del todo a alguien es encontrartelo continuamente en la misma sala de estudio, queriendo sacar el mismo libro que tú de la biblioteca,... Y los exámenes y calificaciones... más de una vez nos hemos encontrado alguno de los dos con un "no presentado", pues los profesores creen encontrarse dos veces con el mismo documento.
 Es algo... agobiante. Extraño y raro. Un desconcierto continuo. Una sombra, tu propio fantasma. El tú de una dimensión paralela en la que los tíos son tías y al contrario.
 La convivencia sí que es extraordinaria. Si yo le caigo bien a mis amigos, irremediablemente él también les cae bien (al fin y al cabo, es yo por duplicado). Por lo tanto es obligatoria. Odiosa. A la vez difícil y fácil, pues no nos soportamos, pero como sabemos siempre qué está pensando el otro, pues podemos anticiparnos a las decisiones de los demás y así hacernos la vida un poquito más sencilla. Como al pedir café.
 Claro, al principio era extraño eso de:
 -Voy a pedir. ¿Qué vais a querer? Tú, Alejandra, un manchado con tres sobres de azúcar, ¿verdad?
O, por el contrario:
 -¡Uf! Vengo del baño. No me encuentro bien. Hoy tomaré mejor un acuario de naranja.
 -Vale. ¿Y dónde está Alejandro?
 -Aún espera la cola. Tráele otro.
 Vale, sí, son tonterías. Pero un cúmulo de tonterías puede hacerle la vida imposible a alguien. Y nuestras vidas eran insoportables desde el momento en que el no nos dejaron ignorarnos por más tiempo.

sábado, 6 de agosto de 2011

Mi tesoro arrebatado




 Me observaba desde arriba con su ojo grande sin iris ni pupila. Ella sabía lo que pretendía hacer, y por eso me vigilaba. Yo no podía verla, porque estaba escondida entre dos muros negros, pero sí la sentía. Además agradecía que esa noche no mostrara su hermosura plena, resguardándome de su brillo delator.


 Tenía miedo de que me descubriesen. No sabía qué podría pasar. No conocía a mi enemigo ni conocía mi propia posible reacción. Para aplacar un poco mi temor, había pensado detalladamente la ropa que me pondría, para estar cómoda y segura. De modo que estaba vestida de negro entera, con tela elástica y ajustada, mis botines más silenciosos y el pelo recogido en un moño bajo un gorro. Entonces no tenía miedo, sólo me sentía ridícula.

 Cuando me di cuenta, estaba detrás de un árbol en la primera línea del bosque. Había caminado por su linde, por si la gran perla decidía asomarse de entre los algodones oscuros. Vigilé durante diez minutos la ventana del despacho de la directora. La maldita no se iba. Odié su carita dulce, su sonrisa que invitaba a la confianza. La odié con lo más profundo de mi ser. No me importaba si ella sabía o no que me había hecho tanto daño. Quería hacérselo saber. Pero no, lo primero era lo primero y debía recuperar mi tesoro, el motivo por el que estaba allí.

 Tras otros quince minutos, hubo movimiento. La puerta se abrió y entró uno de sus secuaces. Era él, el muchacho que me había estado sonriendo desde que llegué. Quería saber de qué estaban hablando. Aproveché todos los objetos que se encontraban entre mi punto de partida y la parte inferior de la ventana del despacho.

   -... no está aquí para corregir su comportamiento, como las demás. Ella quiere ser una de nosotros.

 ¡Estaban hablando de mí! Sí, yo le dije que quería formar parte del grupo. Realmente adoraba el lugar. Pero eso fue hasta que esa mujer se cruzó en mi camino.

   -Sí, todos los chiquillos dicen lo mismo.
   -Pero no es una chiquilla.
   -Claro, ¿entonces por qué está aquí?
   -Por que....
   -No quiero oírlo. No me importa. Actué como creí conveniente y mi decisión es irrefutable.
   -Es que ella lo necesita.
   -Ni que fuera un medicamento. Oye, no creas que nuestra confianza especial te otorga algún privilegio.
   -Yo sólo...
   -Tú nada. Dentro de media hora en la enfermería.

 Él salió. Qué detalle intentar haberme defendido. Me había entendido de verdad: lo necesitaba, era una droga para mí. Ignoré la parte de la conversación que no me importaba. Lo que realmente me interesaba es que sólo treinta minutos después, la habitación estaría vacía.

 Volví a resguardarme entre los árboles. Apoyé mi espalda en el tronco de un hermoso roble. Me mantuve quieta y silenciosa. Sin embargo, por dentro la ira me comía, la impaciencia amenazaba con hacerme gritar y los nervios pretendían que todo mi cuerpo se sumiese en tics. Pero la fría brisa de la noche me acariciaba la cara y despejaba mi mente. Mi compañera de las alturas me ayudaba en mi empresa. Sabía por qué lo estaba haciendo y me apoyaba. Miré hacia arriba, para que ella viera en mi cara que le agradecía sus ánimos.

 Veinte minutos después según mi reloj (yo hubiera jurado que pasó al menos una hora), miré otra vez hacia la ventana. La arpía seguía allí. No me pregunté qué podría estar haciendo tan tarde, no me importaba. Tan sólo quería verla sufrir, que sintiera una mínima parte de lo que yo estaba sufriendo por lo que me había hecho. Sabía que no lo pagaría tan caro como debiera; dudaba que fuera a pagarlo. Es más, yo no estaba pensando en una venganza fría y escarmentadora; yo sólo quería el último recipiente en el que había depositado mi alma. Estar tan lejos de mi alma era asfixiante. Me sentía como en un pequeño ataúd de cristal en medio de la inmensidad del desierto. Estaba ciega a cualquier cosa y mi mente volvía una y otra vez a mi tesoro.

 Mi carcelera se levantó. Parecía que ordenaba algunas cosas de su escritorio. Volvió a sentarse y se inclinó de lado para volver a levantarse de nuevo. Fue entonces cuando se me ocurrió la pequeña venganza. Debía darme prisa, porque sencillamente no podía más con la angustia y corría el riesgo de hacer alguna tontería.

 Corriendo de la forma más silenciosa que me fue posible, fui por la línea del borde del bosque hasta encontrar un sendero que lo atravesaba. Al final de éste, solo unos cien metros después, estaba el cobertizo con las bestias. El olor de las vacas era cada vez más intenso e insoportable. Pero no iba a escatimar esfuerzos para aquella pequeña lección. Fui donde se encontraban los sacos para meter el estiércol y usé uno para lo que estaba allí.

 Con mi regalo volví al roble y miré hacia la ventana. Seguía allí, pero ya estaba dispuesta a salir. En la puerta, se giró y le echó un vistazo a la habitación, con su asquerosa cara pérfida y falsa. Apagó la luz y se cerró la puerta.

 Mi impulso fue abalanzarme hacia donde encontraría mi tesoro, pero mi amiga brillante, mi pura amiga blanca que me conoce tan bien, me envió una corriente de aire helado y mi pensamiento volvió al punto frío y calculador.

 Toda la fuerza de mi mente y cuerpo se empleó en contenerme hasta que terminara de contar veinte. Uno, dos, tres,... siete... once... dieciocho,... Veinte.

 Tuve que conformarme con sólo dos ojos para mirar a todas partes, asegurándome de que nadie me viera. Nuevamente aproveché todos los obstáculos que había entre la ventana y yo para ocultarme, respirar, mirar de nuevo al rededor, volver a oír hasta el último ronquido que hubiera por allí y continuar. Muy rápida. Al momento estaba bajo la ventana. Estaba abierta, pero la mosquitera me impedía entrar. Miré el mecanismo: la parte inferior de la red se quedaba atascada por presión en unos ganchillos en la base, en la parte interior del alféizar. No era a prueba de ladrones, precisamente. Empujé hacia abajo el remate de la mosquitera y lo aparté de los ganchillos, con lo que la red se vio libre y subió casi hasta arriba.

 Entré con el ruido del olor de las heces. Tanto como había creído que estaba preparada para "robar" y resulta que me había olvidado de una linterna. Miré por la ventana y la miré.

   -Por favor -le dije.

 Ella entendió perfectamente y salió de entre las nubes para inundarlo todo con su reflejo plateado.

 Miré primero en los cajones: todo eran papeles. Después en el armario: había cientos de objetos. Saltaba a la vista que no eran suyos, sino, en su mayoría, cuerpos en los que muchos muchachos antes habían depositado parte de ellos. Como yo había sido la última, mi tesoro estaba el primero, encima de todos los otros.

 No tuve un alivio instantáneo, pues primero debía comprobar que estaba en perfectas condiciones para poder serenarme. Pero tan sólo lo sostuve entre mis manos unos instantes y lo acaricié con las yemas, para sentir su tacto y absorber algo de determinación. En cambio, lo que recibí fue ira. Mi tesoro estaba colérico y quería venganza. Se me encogió el corazón al pensar en qué podría haberle hecho, por qué podría estar así. Pero me conozco, y era mejor no preguntármelo, sino contentarme con derramar la mierda en los cajones. Hasta le dejé el saco.

 Me fui. No me preocupé de cerrar la mosquitera... pero encajé los cristales, para que el olor mantuviera su esencia. Me dirigí hacia la ventana de mi dormitorio, metí todas mis cosas en el petate, cogí mi chaqueta y volví a salir con el saco al hombro. Me encaminé hacia la estación de autobuses del pueblo: ya no podía quedarme allí, porque al ver que faltaba mi tesoro sabría que había sido yo. Además ya nada podía hacer que siguiera en esa granja-escuela ni un día más.

 Caminé durante casi dos horas. Luna me alumbraba y me regaló un simpático mirlo que me acompañó con su canto durante todo el camino.

 Llegué a la parada. Faltaba una hora para el primer autobús, que me llevaría a un pueblo mayor donde había una estación de tren y, entonces, podría por fin volver. Me resguardé de nuevo entre los árboles, pero de forma que me llegara la luz blanquecina... y me dispuse a comprobar el estado de mi joya. No lo hice antes porque no quería tener la tentación de volver a partirle la cara a la bruja. Ahora estaba lo suficientemente cansada y, por lo tanto, segura de mí misma.

 Tuve un ataque vesánico. Antes le había notado el tacto algo diferente... aunque no lo atribuí a nada grave. Pero a la luz estaba claro: le habían derramado algún líquido. La dureza exterior no había salvado el interior, ahora blando y arrugado...

La hija de puta había mojado La sombra del viento








Dedicado a esos maniáticos de la
 pulcritud de sus libros.