sábado, 16 de octubre de 2010

A veces, las oportunidades vienen unas detrás de otras y nosotros, estúpidos apáticos, las dejamos pasar

En un rincón de la biblioteca, en el lado más alejado de la entrada, se encuentra la chica de mirada cansada. El pelo negro azabache le cubre las sombras lavanda que han aparecido bajo sus bellos ojos verde oliva.
Por la puerta, entra un grupo de chavales. Tienen que hacer un trabajo en grupo y se reúnen allí. Pero van más por el cachondeo que por otra cosa. Al final uno de ellos tendrá que cargarse todo el trabajo.
Entre ellos se encuentra un colega de la chica, el muchacho por el que ella suspiró una vez, cuando tenía tiempo para ello. Ignorante de si él lo había sabido alguna vez, hizo lo propio cuando el chaval se olvidó de sus amigos por otros, alguno de los cuales se encontraba entre los compañeros de la mesa.
Una de las efímeras veces en que se pusieron en serio, él se levantó para buscar un libro que se encontraba en el mismo pasillo al final del cual estaba ella. La vio, tan linda como siempre. Aun recordaba las razones por las que dejó de salir con ellos, pero eso no quería decir que no los echara de menos. Y, por extraño que le pareciera a él mismo, ahora se daba cuenta de que lo que más añoraba era la cara de enfado de la chica que se encontraba a unos pasos de él. Le hacía mucha gracia esas arruguitas que se formaban en su entrecejo mientras sus labios intentaban reprimir una sonrisa. Ella, se apartó el pelo de la cara y se lo coló detrás de la oreja. Ahí estaban las mismas arrugas. Pero su boca no guardaba nada. Los ojos no expresaban diversión, sino cansancio y un poco de amargura.
Volvió con sus compañeros. Cuando le preguntaron que dónde estaba el libro, contestó que no lo había encontrado.
Tras una hora y media, después de que la encargada les hubiera llamado la atención varias veces, todos llegaron a la conclusión de que lo único que hacían era perder el tiempo, y era preferible hacerlo en cualquier otro lado, donde no te mandaran a callar constantemente.
Rápidamente y sin saber por qué, él se inventó una escusa y les dijo a los demás que se adelantaran.
Estaba tan ensimismada con los pensamientos de Rousseau, que pegó un salto cuando de repente se le plantó delante un personaje conocido. Quedó sorprendida al ver al que todavía consideraba su amigo sentado delante de ella con una sonrisa traviesa.
-Mira a miss empollona.
-Hola, muy bien, gracias. ¿Y tú?
-¿Con quién te has peleado?
-Me alegro de que esté bien y sigas como siempre.
-Tienes manchas moradas bajo los ojos.
-Gracias, míster evidencia.
Él sonrió al ver que mantenía su humor intacto. Ella puso cara de sospecha al verlo tan divertido.
-Nunca te he visto por aquí.
-¿No? Pero si vengo por aquí todos los días.
-Mentira, yo sí que vengo todos los días, y es la primera vez que te veo.
-¿Y por qué vienes todos los días?
-Es lo que tienen las becas, que no puedes suspender.
-Entonces, ¿no te diviertes desde que empezaste?
-Básicamente.
-Ahora eres tú la que está mintiendo, la ojeras son la prueba de que vuelves a casa a las once... pero del día siguiente.
-¿Y no se te ha ocurrido pensar que a lo mejor estudio por las noches?
-En cualquier caso debes dejarlo, no pegan con el bonito verde de tus ojos.
Eso último se le había escapado. Cuando se dio cuenta de que había dicho en voz alta lo que pensaba, se quedó serio y apartó la mirada. Ella, igual de sorprendida por el primer elogio que le había hecho en los cinco años que hacía que se conocían, lo miró sin saber qué decir. Que lo hubiera apartado de su mente, no quería decir que lo hubiera olvidado, y le hacía irracionalmente feliz que le hubiera hecho un cumplido.
-Gracias.
-De nada -contestó sin mirarla-. Oye, me tengo que ir. Ya nos vemos si eso.
Y sin volver a mirarla, se levantó rápidamente y se marchó.
-Adiós -dijo cuando ya había girado la esquina.
Es increíblemente fácil perder las cosas, olvidarlas; lo difícil es encontrarlas de nuevo. Pero con los recuerdos no pasa lo mismo. Así que, por primera vez desde hacía tiempo, ella abandonó el edificio antes de que cerraran.
Cuando cinco minutos después él volvió para invitarla a un helado, se encontró la mesa vacía.