miércoles, 17 de agosto de 2011

Demasiado iguales (5)

 Otra escena que iba  poner a prueba nuestra paciencia, fue cuando nos emparejaron para hacer un trabajo de Biología funcional de las plantas. ¿Cuál había sido el criterio? Orden de lista: Alejandra Salgado, Alejandro Salguero. También era mala suerte: había otro Salgado, pero su segundo apellido era Álvarez mientras que el mío es Mora; y otro Salguero, pero su segundo apellido era Velasco mientras que el de Alejandro era Morales.
 Sí, Salgado Mora y Salguero Morales. ¿Se entienden ahora a los profesores con lo de las calificaciones?
 Nos enteramos de la noticia, giramos las caras para vernos, nos amenazamos con la mirada y nos fuimos cada uno por su lado.
 Lo que yo más quería en el mundo era terminar las clases e irme derecha a mi casa y no pensar más en mi incordio personal. Pero las responsabilidades están antes. Así que me dirigí a nuestra sala favorita. Es la que más nos gusta porque no suele haber mucha gente y su forma y orientación hace que no sea muy fría en invierno y, sobre todo, no muy calurosa en verano. Seguro que iría allí y llegaríamos a la misma hora.
 Bueno, muchas veces he dicho que lo pensamos todo a la misma vez y del mismo modo. Eso implicaría que estuviésemos pegados continuamente. Pero no es así (si no, nos hubiéramos matado hace mucho tiempo). Sólo las cosas que se escapan a nuestro control hacen que nuestras vidas sean diferentes. Como por ejemplo, que nos sorprenda una calle cortada en el camino, que se nos rompa algo (como la ducha, la mochila,...), etc. A mí me pasó que me retuvo cinco minutos una compañera que me pedía unos apuntes. Ante este cambio en mi camino, se me ocurrió algo que él no podría llevar a cabo porque no estaba en mis circunstancias. Él, en la sala, pensaría en zumo de manzana; yo estaba al lado de una tienda y pensé en comprarlo. Y así lo hice: compré dos. Así empezaríamos con buen pie.
 De camino hacia allí pensé en una idea para que pudiésemos hacer el trabajo de forma organizada, civilizada y sin peleas: dividiríamos el trabajo en secciones y la mitad para él y la otra mitad para mí. Pondríamos las distintas partes en trozos de papel y uno a uno, por suerte, tendríamos nuestras partes. Sin conflictos, sin dos veces lo mismo.
 Repito que nuestras circunstancias eran diferentes. Por lo que, mientras yo caminaba hasta llegar, él ya lo había hecho. De modo que todo quedó acordado sin palabras.
 Y fue así como nos dimos cuenta de que podíamos ser un buen equipo y si bien, por nuestra naturaleza, nunca nos caeríamos bien, íbamos a tratar al menos de organizarnos para no sacarnos de quicio.

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