viernes, 26 de agosto de 2011

Demasiado iguales (10, fin)



     Se acabó. Es curioso y muy frustrante que la gente tienda a valorar las cosas cuando ya no las tienen. ¿Cómo puede algo que siempre te procuró fastidio resultarte de repente tan preciado? Pero lo cierto es que siempre existió ese cariño, y sólo la separación nos quita la ceguera. Qué desalmado es el universo. 

     Esta mañana me llamó Alejandro. Me dijo por teléfono que quería hablar conmigo, que tenía que contarme algo. Yo accedí inmediatamente, porque tenía una sensación muy mala después de nuestra pelea de ayer. Sí, la pelea fue por una soberana tontería. Pero ese no es el problema; el problema es que somos nosotros. Alejandro y Alejandra, siempre juntos, siempre de acuerdo, siempre parejos y simultáneos. Las disputas no entran dentro de la definición. Por eso quería saber qué es lo que estaba pasando, y estaba claro que era algo suyo.
     Entré en su coche y lo primero que noté es que no llevábamos la ropa del mismo color a pesar de que no habíamos quedado en nada. Durante todo el trayecto permanecimos en silencio. Nos llevó al parque de la Corchuela. Allí, en una parte de la otra orilla del riachuelo, hay un claro semioculto, y desde allí, avanzando un poco más, hay otro más pequeño y privado que siempre huele a tomillo. Es uno de nuestros sitios favoritos. Cuando entramos en él, vi que había montado una especie de picnic. Inmediatamente me invadió una mal royo, pues  en la mesa había un impresionante y precioso ramo de rosas amarillas y negras.
     Me giré para ponerme frente a él y verle bien la cara. Me sentía completamente desubicada, pues estaba viendo al mismo tiempo a mi siamés y a un desconocido. Él tenía una expresión nerviosa y a la vez serena. ¿Cómo era posible? ¿De repente era dos personas al mismo tiempo? Pero me di cuenta de que no, de que simplemente era Alejandro, el mismo pero un poco más evolucionado. Así que me senté y esperé a que él lo hiciera y me dijera lo que quería contarme.
     Empezó pidiéndome perdón por no haberme dicho antes que él sabía que el que había cambiado era él. Desde hacía casi dos meses había estado guardando un secreto. No sabía muy bien por qué decidió no contármelo entonces...

     -... pero nuestra discusión de ayer hizo que me diera cuenta de que era una tontería no decirte algo que más tarde o más temprano ibas a saber. Y más tonto era arriesgarme a que acabáramos mal.
     Me mira. Sabe cómo decírmelo porque ya lo tiene planeado, pero no quiere.
     -Dímelo ya y punto.
     -Es que... decirlo en voz alta hace que parezca más real. Pero bueno, real ya es, así que... -toma dos respiros más- Me voy. A Londres. Mis padres han conseguido cada uno el empleo de sus vidas. Ya están allí. Mi casa ya está vendida y yo tengo hasta que hagamos los exámenes para reunirme con ellos.
    ...
    
    Un bloque de hormigón se alojó en mi pecho y ahí sigue. Sólo sentía eso. Por lo demás, mi mente estaba en blanco. Más bien gris. Metí la cabeza entre las rodillas y permanecí así incluso cuando él se acercó para abrazarme. Así nos quedamos mucho tiempo. Hasta que nuestros estómagos protestaron y nos pusimos a comer.
     -¿En qué piensas?-pregunta él.
     Jamás habría pensado que él me haría esa pregunta.
     -Pienso en que tienes mucha suerte. Has cumplido nuestro sueño. Pero vas a tener que trabajar mucho para ponerte al nivel de esa gente.
     -Ya.
     -Y, ¿no piensas volver?
     -Alguna vez, supongo. Pero no mucho. Suena mal decir que sólo te dejo a ti y a nuestros amigos, pero es que esa razón no tiene mucho valor utilitario como para volver más a menudo. Si al menos mis padres no hubieran vendido la casa, volvería aquí en verano, al menos.
     -Pero puedes quedarte en la mía.
     -¿En serio?
     -Claro.
     Los dos nos echamos a reír: no hace mucho, la sola idea de tener que compartir también la misma casa nos hubiera horrorizado.
     -Yo también tengo una habitación para ti en Londres. Así que yo pasaré un mes aquí y tú un mes allí.
     -Me parece estupendo.

     Nos hemos pasado el día hablando como nunca lo hemos hecho. Sobre todo. Me contó que había montado aquello así porque en el lenguaje de las flores, la del tomillo significa "nunca te olvidaré", las rosas amarillas significan amistad y son alegres y positivas para contrarrestar las negras, separación y tristeza. Su madre es decoradora de interior.
     Así que he pasado un día agridulce con mi mejor amigo. 

     Quién nos lo iba a decir. Se ha acabado. Ya no somos los iguales Alejandro y Alejandra. Me siento tan idiota por no haberme dado cuenta antes del aprecio que sentía por él y por lo nuestro. Era una relación tan insólita y tan... no sé. Me he pasado dos años despreciando a mi mejor amigo, a mi alma gemela. Soy imbécil.
     Pero al menos me queda la seguridad de que intentaremos seguir manteniéndolo. Ya no será lo mismo, pero seguro que sí igualmente bueno.


2 comentarios:

  1. Todo lo bueno se acaba... me ha gustado este final, abierto pero interesante.

    Es curioso como pasan de ser tan iguales a mostrar diferencias. Espero que sigas escribiendo y publicando.

    Un saludo

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por todos tus comentarios y tus ánimos. Me alegro mucho de que te haya gustado.
    Tranquila, lo seguiré haciendo.
    Un saludo

    ResponderEliminar