Mirándolo ahora en retrospectiva, me doy cuenta de lo prejuiciosos que fuimos. No nos dimos ni una oportunidad desde el primer momento.
Como ni Alejandro ni yo estábamos por la labor de hablar, y Maribel necesita de mucho ánimo para ello, Adrián no paró de rajar en toda la cena. Pero hubo algunos intervalos en los que intentaba sacar algún comentario a alguien mientras él masticaba y que así no se hiciera el sepulcral silencio. Y de verdad que le puso empeño:
-Y, bueno, Alejandro, a ti también te gusta el tenis, ¿no?-Sí.Adrián mastica...-¿Lo practicas?-De niño sí, pero ahora sólo de vez en cuando.Adrián mastica...-Podrías venir con Alejandra y conmigo, que siempre tenemos alquiladas unas pistas los sábados.-Gracias...Adrián mastica...
Obviamente, cuando Adrián le hizo el ofrecimiento, le miré de forma muy amenazadora, diciendo sin palabras que ni se atreviera.
La cena terminó con una silenciosa rabieta infantil, porque ni él ni yo estábamos dispuestos a ceder el último manjar.
-¿Querrán algo de po...?
-¡¡TARTA DE CHOCOLATE BLANCO!!
Todo el mundo se rió: el camarero, Adrián y Maribel. Alejandro y yo también, pero fue una risa muy falsa diferente. Después sí nos reímos de verdad: de alivio, porque el camarero dijo que habíamos tenido suerte porque eran los dos últimos trozos. El alivio era porque, de haber habido uno menos, ¿qué habría pasado? ¿Nos habríamos peleado de verdad, cual críos? Sí, no cabe duda de que así hubiera sido.
¡Ahora sé por qué recuerdo tan bien aquella noche! ¡Porque la tarta estaba deliciosa!
Cuando terminamos, nos fuimos a un pub y allí fue donde Adrián se puso a charlar con Alejandro y yo con Maribel. Resultó ser una muchacha muy interesante y amante del cine. Hasta me invitó a ir a su casa para ver una película que llevaba tiempo queriendo ver y que era una de sus favoritas.
Finalmente, Adrián acompañó a Maribel a su casa y Alejandro y yo nos fuimos cada uno por su lado, alegres por haber conocido a alguien nuevo de agradable charla y avergonzados por nuestra inicial actitud idiota.
Finalmente, Adrián acompañó a Maribel a su casa y Alejandro y yo nos fuimos cada uno por su lado, alegres por haber conocido a alguien nuevo de agradable charla y avergonzados por nuestra inicial actitud idiota.
Desde luego que es peculiar a la par que divertido, para mí claro, para Alejandra no tanto. Seguiré por aquí cuando pueda para saber más de estas criaturas idénticas.
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