jueves, 1 de septiembre de 2011

La Sala: Italia36 (2/3)





   A Elena le pica el pelo apretujado en la nuca por el casco. La calor y el sudor lo empeoran. Está fuertemente agarrada a Ely, que conduce rápido pero segura. Va observando las vistas de la autopista. En su mente tiene un conflicto, pues el miedo a soltarse de Ely y morir, y el miedo por hacer una mala actuación en la subasta, lucha en su cabeza contra la paz y el sueño proporcionado por el cansancio del camino y el sosiego que le produce ver il paessaggio mecida por la moto.
   Encima, las explicaciones de Josué, lejos de tranquilizarla y hacerla sentir más segura, la han puesto muy nerviosa. Al parecer era una misión C negativa. Le dijo que eso, en el código de los subastadores, significaba que era muy codiciado, pero con muchas posibilidades de ser falso (de ahí lo de “negativo”). Así que lo que debía hacer era esperar siempre al último segundo para pujar algo más, pero no mucha cantidad, para tenerlo pero sin que parezca que se tiene mucho interés por él. Lo más importante es que su voz denote confianza y seguridad. Además, no debía preocuparse, pues si al recibir el objeto comprobaba definitivamente que era falso, sólo debía acusar de ello al subastador y le devolverían el dinero. Todo sería coser y cantar.
   Cuando partieron, estaba nerviosa, simplemente por ser la primera vez. Pero ahora está intranquila porque tiene muchas dudas. La más importante es: ¿por qué alguien subastaría un supuesto manuscrito de Leonardo falso? Eso debe de llamar bastante la atención y no es probable que quien fuese a adquirir la compra se fuera a contentar con confiar en que el documento sea verdadero. Debería haberle preguntado a Michel, que con sus ejemplos consigue generar dudas que pueden ser respondidas en el momento adecuado, que no era a kilómetros de Roma.
   Finalmente, su miedo por la ignorancia de detalles gana a la modorra del balanceo del viaje. Así que le mete un pellizco suave a Ely para llamarle la atención y le grita al oído que pare pronto para comer algo. Ely le grita de vuelta que están a punto de llegar a otra ciudad. Así que, pronto empieza a ver concesionarios, naves y parcelas y al poco ya están en plena urbe.
   Ely conduce por la ciudad y se mete en un barrio viejo y desmejorado, de calles estrechas y mal asfaltadas. Elena se extraña y se pregunta a dónde quiere llevarla su amiga. Más todavía cuando observa que ya han pasado tres veces por la misma calle.
   -¿Te has perdido? -le pregunta.
   -No especialmente. Es que no recuerdo dónde está un restaurante.
   Así que, cuando ve pasar a una mujer, Ely se para. Elena escucha cómo su amiga pregunta la dirección con un acento que le es completamente extraño. Puede entender lo que dice porque son palabras muy básicas, pero sabe que si fuese una conversación, quizás se perdería alguna parte.
   Ely da las gracias y se dirige hacia donde le ha indicado. Y al final de una calle, Elena ve una fusión de azules intensos: el cielo y el mar. Finalmente, Ely para la moto frente a un bar de viejos, aunque se veía bastante nuevo. Elena se baja y se va quitando el casco.
   -¿Por qué hemos parado en esta tasca?
   -Porque aquí hacen unas brochetas que te hacen tocar el cielo.
   -Pues no tiene pinta de tener muchos tenedores.
   -Uf, menos mal que no lo viste donde estaba antes. Casi daba asco entrar.
   Las muchachas se sientan en una mesa y Ely pide con ese acento que se ve que es propio del lugar. Elena lo hace notar:
   -No había escuchado antes un acento parecido, y eso que ya hemos estado aquí cerca.
   Ely la mira con cara extraña.
   -¿Pero qué dices? Yo nunca he estado en esta parte de Italia y dudo que tú tampoco.
   -¿Pero qué dices tú? Si hace dos semanas estuvimos ahí al lado, en Nápoles.
   -¡En Nápoles! -empieza a reírse a carcajadas, llamando un poco la atención-. ¿Dónde te crees que estamos?
   Elena se queda traspuesta. No entiende las risas de su amiga.
   -Bueno, no he prestado mucha atención a los carteles, pero sé que hemos pasado una gran ciudad que he supuesto que es Nápoles y no hemos estado mucho tiempo en la carretera, así que esto debe ser Salerno.
   Ely se ríe como quien ríe las gracias de un niño pequeño.
   -¡¿Se puede saber dónde estamos entonces?! -Ely se sigue riendo y dice que en Monopoli- Oye, ya basta, ¿no? Deja de reírte ya. Dime dónde estamos.
   -En Monopoli de verdad. Lo que acabamos de pasar es Bari.
   Elena le echa un vistazo en su cabeza al mapa de Italia. Sitúa en él a Roma y a Bari y murmura “Imposible”. Entonces saca de su mochilita un mapa de verdad y confirma el de su cabeza. Según eso, el mar que estaba viendo no era el Tirreno, sino el Adriático.
   -Me estás tomando el pelo.
   -De verdad que no. Si no, pregunta al camarero.
   -¡Pero es imposible! ¡Apenas llevamos tres horas de camino! ¡Y ni siquiera has ido siempre por la autopista!
   -Me parece que te has dormido parte del viaje.
   -Eso es imposible... ¿Tanto me he ensimismado?
   -A mí no me lo preguntes, yo sólo conducía.
   Elena mira su reloj. Efectivamente, sólo habían pasado algo más de tres horas.
    -Sigue siendo muy poco tiempo. No se puede tardar menos de cinco horas de Roma a Bari.
   -Yo sólo conducía.
   “Ay, para habernos matado” piensa Elena apoyando la cabeza en la mano. Mientras, tanto, ya le han traído las brochetas y, muerta de hambre, empieza a comer:
   -¡Madonna! ¡Esto está delicioso!
   -Mmmm, ¿vesh?-responde Ely con la boca llena.
   -Espera un momento, ¿no has dicho que nunca has estado en esta parte de Italia?
   -Ajá.
   -Entonces, ¿cómo demonios sabías de este sitio y de sus brochetas?
   Ely sonríe con los labios a la vez que mastica. Entonces traga y dice:
   -El sitio por fotos, y las brochetas porque me trajeron una congelada. Aunque, por supuesto, fresca está mil veces mejor.
   Una vez saciado el apetito, Ely se pone en modo “acción”.
   -Bien, infórmame.
   -Vale -Elena vuelve a desplegar el mapa y ésta vez también saca una pequeña netbook-. Tenemos que ir a Brindisi, que está aquí al lado -saca también el informe-. Supuestamente, es una subasta benéfica... ah, claro, a lo mejor por eso hay posibilidad de que sea falsa, porque sea tan solo un asunto de blanqueo de dinero... Bueno, hay que ir vestido medio de etiqueta. Nuestros nombres estarán en lista. El local está... -teclea la dirección en el callejero y le muestra a Ely la situación- ese hotel. Será esta noche a las once y media. Si hubieses conducido a una velocidad normal casi no llegamos. La subasta empieza a las doce. Un poco tarde, ¿no?
   -¿Quién va a ir?
   -Ricachones. Varios coleccionistas. ¡Oh, mira! ¡Irá Wrigth! Quizá sí sea verdadero.
   -Nah, no tiene el porqué.
   Elena se fija en su compañera y ve que tiene una enorme sonrisa en la cara. Esta muchacha va a volverla loca.
   -Elia, ¿se puede saber a que viene esa pedazo de sonrisa ahora?
   -¡Sí! -se ve que está muy emocionada-. Es que justo al lado de Brindisi... de hecho, pasaremos por allí antes de llegar, hay un reserva natural, Torre Guaceto, ¡y su playa es magnífica! ¡Qué bien! ¡Cuando terminemos allí podremos ir y bañarnos toda la noche!
   Elena se queda pasmada. “¿Cómo demonios puede saber ésta tanto sobre estos alrededores si nunca ha estado aquí?”. En realidad, ella lo sabe: sabe que Ely puede hablarle sobre casi cualquier comarca del mundo. A veces le es difícil entender cómo a una chica tan activa, a la que le gusta tanto viajar, puede ser una amante de la literatura. Le encantó la respuesta que Ely le dio cuando se lo preguntó: “Todo va unido: cuando leo una novela y me gusta el lugar que describe, corro a verlo por mí misma. Así puedo sentir más la novela. Y, al contrario: debo visitar muchos sitios para conocer de antemano los lugares donde se desarrollan las aventuras que leo. Adoro leer y adoro viajar. Dudo que se pueda ser más feliz de lo que lo soy yo con mi modo de vida. Además, una cosa no excluye la otra. Pensar así es una tontería”.

   Sin más dilación, se ponen en carretera. Ésta vez, Elena sí que se fija en los carteles y ve como pasan por al lado de la reserva natural. Cuando llegan, faltan dos horas. En un hostal, pagan por una noche una habitación que no van a usar; pero es que les hace falta algún lugar para arreglarse. El equipaje que había cogido Ely consiste para cada una en: una muda sport, un chándal, un vestido elegante, un bikini y una peluca. Además de maquillaje, postizos, varios pares de zapatos y un kit básico de defensa entre los que destaca spray pimienta del ejército y una pequeña pistola. Aunque pueda parecer físicamente imposible, todo eso iba en el maletero de la moto y la ropa no necesita planchado.
   Cuando ambas están listas, dejan disimuladamente la llave sobre la mesa de registro y se dirigen al hotel. Aparcaron en la esquina más próxima, en un callejón estrecho y menos llamativo que la gran avenida donde se situaba la entrada a la recepción.
   En realidad, lo que ocurrió de por medio no tiene mucho interés. Mejor vámonos a cuando Elena siente un alivio inigualable porque al instante se ha dado cuenta de que el volumen es más falso que un político haciendo bien su trabajo. Así que se levanta y va a reunirse con Ely. Ésta tiene una cara de póker interesante.
   -¿Qué pasa?
   -Sonríe.
   Elena obedece y también pone cara de circunstancias. Es evidente que algo no va bien.
   -Ven, vamos a coger unas copas y a parecer que estamos muy interesadas en todo, pero, sobretodo, muy relajadas.
   Ely habla como si estuviese contando algo levemente gracioso que hizo ayer.
   -Bien. Y, ¿por qué no podemos irnos? -contesta ella como diciendo “Paz y amooor”.
   Lo que intentan es parecer dos amigas pavas para despejar en la medida de lo posible la idea de que son peligrosas, si bien, non-gratas.
   -Ven, vamos a sentarnos aquí.
   Se sitúan un poco apartadas, donde no pueden oírlas, a medio camino entre la puerta y la subasta.
   -Me ha llamado Carlo -sigue diciendo, explicando lo que se compró esta mañana-. Dice que no debemos estar aquí. Que sobramos. Estamos rodeados por mafia. Aprovecha y aprende a qué huele la mafia, porque aquí tienes la fragancia concentrada -ambas se ríen serenamente del chiste-. Como tú pensabas, es un simple trámite de blanqueo de dinero, solo que de mafiosos; pero además, es el contacto del asunto de Cicerone, se están efectuando las ventas de los lotes gordos. Esta gente se medio conocen y han sido llamados personalmente. Nosotros, al no existir, no podemos ser invitadas. Sería una locura hacer la venta a un público mínimamente abierto, así que, como comprenderás, todo está atado. Y nosotras, que estamos fuera del cordel, llamamos un poco la atención.
   -Entonces, ¿qué vamos a hacer? -asintiendo como “sí hija, a mí me pasa lo mismo”-.
   -Vamos a tomarnos este martini tan rico, aunque no te des cuenta, porque no lo estás saboreando. Después nos levantaremos sin interrumpir nuestra conversación, nos iremos y te contaré el resto del plan.
   -¿El resto del plan? Creía que el plan acababa con nosotras sanas y salvas fuera de aquí.
   Ely se ríe con una pequeña carcajada que aprovecha para dar un giro con los ojos y mirar al rededor.
   -Ele, querida, dime tres cosas: que sabes conducir motos grandes, que no tienes miedo a la velocidad y que tus articulaciones pueden doblar el acero.



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