Este es el relato que he escrito para participar en el concurso "Música y libros" de Sandra Gallegos. Es la escritora de "Magia Medieval", un libro que pinta muy bien y que estoy deseando tener en mis manos. Es por eso que he participado, pues es lo que se sortea. Es sencillo fácil y gratis. Por probar... Para más información: Concurso Magia Medieval. Eso sí, acaba el miércoles que viene, así que...
Empecé con la intención de hacer una versión moderna de "La princesa y el guisante" y acabé con "La mansión encantada" (o como se llame la película esa de Eddy Murphy, o como se escriba su nombre).
Azahara no era de las que lloran, sino una mujer fuerte, dura y fría como una roca. Pero ahora, en medio de un camino rural, lloviendo, con tierra hasta los hombros, el coche atrapado en un barrizal y cobertura cero, quería ponerse a gritar y a llorar a mares. Llorar tanto que la lluvia se sintiese humillada. Estaba allí, en medio del bosque, sin comida y sin consuelo.
Haciendo honor a su fama de mente serena, empezó a pensar en su situación. Aún quedaban veinte kilómetros hasta donde le esperaba el resto del grupo de amigas de su antiguo instituto. Pensándolo bien, no era tanto, sólo una gran pateo. Pero estaba el problema de la lluvia y el barro. Quizás, si miraba el mapa, encontraría la forma de ir bosque a través, en vez de seguir el camino. Pero no, era una insensatez, no conocía la zona y podría perderse mil veces antes de caer rendida o de que la atacase algún animal. Quizás había lobos. No, no era una buena idea despegarse del camino.
Entró en el coche ensuciándolo todo. Encendió la luz y miró el mapa. Según ese endiablado papel, un poco más adelante, había un sendero que parecía más directo. Suponía una gran diferencia, unos cinco kilómetros menos. Sólo era cuestión de ponerse a andar. Cogió la mochila con lo que tenía: el saco de dormir. "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar". Había que ponerse en marcha. Tardaría unas tres o cuatro horas. Pero estaba preparada mentalmente. Se puso a tararear e intentó no pensar en lo que le esperaba. Cuando llegó al estribillo, vio a su derecha el principio del sendero. Puso un pie encima, le sumó otra hora más a la cuenta: el barro le cubría el pie.
Se le echó la noche encima. Aunque no creía en ningún tipo de magia o superstición, empezaba a sentir que esos árboles estaban encantados. Se sentía emocionada, como si le esperara una aventura. Todo lo de alrededor le parecía especial: si buscaba debajo del sonido del agua cayendo, podía oír a unos búho pidiendo a la lluvia que parase para poder salir a cazar, a una loba aullando para llamar a su travieso cachorro, el chirrido de una puerta cerrándose y el portazo final,...
Pero eso no debería estar entre los sonidos de el bosque, ¿no?. ¿Habría tardado menos de lo que esperaba? A duras penas miró el mapa con la luz del móvil. No, se suponía que debía reencontrarse con el camino que había tomado en un principio y después, según su amiga, pasar un puente.
No era muy sensato entrar en casa de desconocidos, pero tampoco lo era permanecer más tiempo bajo esa lluvia tormentosa. Decidido. El ruido había sonado no muy lejos a su izquierda y un poco atrás. Así que dio la vuelta y puso más atención. Sin darse cuenta, había pasado de largo por delante de un camino escondido entre zarzas. Comenzó a ir en esa dirección y no había dado ni diez pasos a través del túnel de maleza, cuando notó bajo sus pies una calzada de piedras. Habría corrido de no estar tan cansada y empapada.
Dos minutos después, estaba delante de una puerta de madera con muchos detalles y llamadores dorados. Era lo único que se veía a la luz de su aparato. Pero para ella sólo significaba resguardo y quizás, línea telefónica.
Azahara agarró el aro del llamador y golpeó con fuerza. Mientras esperaba intentó ver el resto de la edificación. Pero ni siquiera había luna, así que sólo supo que las paredes eran de piedra.
El portón se abrió con un chirrido estruendoso. A la luz de una vela, le contemplaba un hombre vestido de chaquet con la cara seria, muy seria y de color ceniza. Lo más parecido a un fantasma que se podría imaginar.
Pero ella, lejos de asustarse, se dio cuenta de que, si el hombre portaba una vela, no había luz, y, por lo tanto, tampoco teléfono.
-Hola, me llamo Azahara. Iba de camino a la casa que hay al otro lado del arroyo, pero mi coche a decidido dejarme tirada. ¿Habría alguna forma de que me ayudara? -dijo con una sonrisa algo forzada, de presentación.
El hombre, de unos treinta y tantos años, levantó la barbilla y miró con mala cara a la chica.
-Espere un momento -contestó con voz de ultratumba.
-Claro.
El hombre, que definitivamente era un mayordomo, encajó la puerta y dejó a Azahara fuera.
¡Qué falta de educación dejarme aquí fuera lloviendo!
Al cabo de un momento, se escuchó una voz:
-¡Oh! Seguro que es el regalo de Isabel. No ha querido desvelarme qué es, pero me ha dicho que será genial.
Cada vez los pasos sonaban más cerca hasta que una cara sonriente le abrió la puerta. El hombre, unos veintiocho, iba vestido como un señor inglés. Parecía el mismísimo Lord Byron. No cambió el gesto al ver las pintas de la mujer que había en su puerta
-¡Oh! Venís por el aniversario, ¿no? -dijo muy amablemente.
-No, no traigo nada. Verá, me dirigía hacia la casa que hay un poco más al este, siguiendo el camino y pasando un puente. Pero mi coche quedó atrapado en el barro y me vi obligada a continuar a pie. Y al ver que había aquí un edificio decidí preguntar si tenían teléfono. Es que mi móvil no tiene cobertura por aquí.
-¡Oh! ¡Debe haber sido un largo viaje! -exclamó teatralmente.
-Pues sí, tres horas en coche más una y media andando hasta aquí.
-¡Y además bajo la lluvia y con todo ese lodo! -dijo al borde del escándalo.
-Sí, ha sido algo duro -contestó Azahara un poco mosqueada ya por tener esa absurda conversación con el agua cayéndole por la cara.
-Deberíais hospedaros aquí. En mi humilde castillo hay sitio de sobra para una doncella tan encantadora como vos -dijo con una pequeña inclinación de cabeza.
"Sólo quiero que me dejes pasar dentro y que me des ropa seca, no que me lisonjees"
-Sería un placer -contestó con el mismo gesto, contagiada por las maneras del anfitrión.
Entonces, se apartó de la entrada y la dejó pasar.
Azahara se dio cuenta entonces de que de verdad estaba en un castillo o palacio. Había entrado en otro tiempo. Casi sin darse cuenta, se encontraba en el siglo dieciocho. Y eso que no había pasado del recibidor. El mayordomo esperaba detrás del amo.
-Acompañadme -dijo el criado de la familia Adams.
-Seguidle, señorita, Álvaro os dirigirá hacia los aposentos de invitadas. En el armario encontraréis diversos vestidos y en unos momentos, agua caliente.
Azahara, que aunque fría, tenía sangre en las venas, empezó a sentirse un poco rara, reflejo del lugar. Siguió a Álvaro por un largo pasillo escasamente iluminado mediante cirios, con las paredes tapizadas con extraños estampados decoradas con cuadros de óleo representando a gente tan estirada como el de la sonrisa boba. Al final del pasillo, subieron por una escalera de caracol y otro pasillo más. Al final del mismo, el mayordomo entró por una puerta. Ella entró a tiempo para ver como Álvaro encendía una vela encima de una cómoda al lado de la puerta. Cuando estuvo prendida, dio unos pasos hasta el centro de la habitación y alargó la mano hasta una intrincada red de hierros en el techo. Allí había más velas que fue encendiendo una a una. Azahara fue abriendo más la boca a medida que el cuarto se iba alumbrando. Era simplemente majestuoso, el dormitorio de una princesa: la cama altísima con diez almohadones y dosel, alfombra persa, un tocador con mil botecitos de cristal, cajitas de madera con detalles dorados,... sedas, terciopelo, oro, plata, rubíes, esmeraldas, amatistas, ¿eso era un diamante?
El alto hombre le sacó de su ensimismamiento:
-En diez minutos tendréis el agua caliente para el baño, tras esa puerta -señaló una puerta al lado del armario-. Después podréis elegir vuestras vestiduras de entre las de aquí dentro. Os esperan en el comedor en media hora. La primera puerta a la derecha tras bajar las escaleras.
Y tras esas indicaciones se marchó. La chica se quedó en medio de la habitación de un sueño, una película. "¿A cuál me suena? Sí, sin duda es la habitación de Kirsten Dunts cuando hizo de María Antonieta". Ella pensó que era una especie de broma. El chico dijo algo de que era su cumpleaños, lo que justificaría alquilar una aventura en un palacete. Isabel sería su novia. En ese caso, ¡qué suerte el haber sido este día! De lo contrario, esto podría estar cerrado. Pensó en preguntar el número de la compañía para celebrar así una fiesta de algo. Pero pediría un mayordomo diferente. Aunque costaría un pastón.
Azahara abrió el armario y no obtuvo ninguna sorpresa: ya sabía que habría vestidos dignos de Elisabeth Darcy. Decidió seguir el juego de la casa. Se quitó el chaquetón y los pantalones y los colocó cerca de la chimenea junto con las zapatillas de deporte para intentar que se secasen. Cogió el móvil, preparó un sms para explicar qué le había pasado y se puso a dar vueltas por la habitación buscando cobertura. Por fin la encontró asomada en la ventana y lo mandó. Contempló el espeso mar negro que se habría ante ella. Excepto por... sí, había un punto de luz allí, no tan lejos. Había llegado más cerca de lo que pensaba. Si la orientación no le fallaba, aquella era el bungalow donde le esperaba el grupo de antiguas amigas.
Ya habían pasado los diez minutos. Abrió la puerta y se encontró una bañera de estas antiguas. No tenía desagüe ni grifo. Sólo había una vela iluminando el baño, creando mil sombras... y se dio cuenta de que estaba asustada. Tras diez minutos de intentar relajase, salió, se hizo una trenza (el peinado más acorde con su vestido, teniendo en cuenta sus recursos) y se vistió. No le pareció adecuado usar nada de lo que había en el tocador. Como no veía ningún zapato, sacudió el barro casi seco de sus deportivas y se las puso, contenta de que el vestido las tapara.
Cuando estuvo lista, fue al comedor, donde le recibió inmediatamente el hombre de la casa antes de volver a sentarse en un butacón.
-¡Oh! Por fin tenemos aquí a la bella señorita... ¿Me dijisteis Azahar?
El chico estaba metido en el papel. Parecía sacado de un teatro.
-Azahara. Muchas gracias por su hospitabilidad.
-¡Oh! - ¿Este hombre siempre empieza sus frases con un "¿Oh?"- Es un auténtico placer. Permitidme que os presente a mi hermana. Ésta es Isabel.
La chica en cuestión, cerca de su hermano, al lado de la chimenea, tenía una cara de facciones duras y serias. El lacio pelo suelto le llegaba a las rodillas. Era negro como el carbón. Esto, unido a la cara pálida y su vestido gris, le hacía parecer una foto en blanco y negro. Y sus ojos... parecían un túnel. Por fuera eran grises y se iban oscureciendo poco a poco hasta llegar al profundo negro de las pupilas.
En resumen, la antítesis completa a su hermano: simples ojos azules, pelo rubio rizado, traje azul ultramar y una sonrisa enorme. La noche y el día. Aunque él también era pálido.
-Encantada -dijo Isabel con voz triste, mirándola con una profunda pena- Espero que Víctor no os haya incomodado con sus excesivos alagos.
A Azahara no le gustó que aquella chica insinuara que los alagos de su anfitrión eran excesivos. Pero le daba un poco de miedo, así que no quiso rechistar. Cómo no se le ocurría nada que decir, simplemente sonrió un poco.
-¡Oh! ¡Por favor!. Si solo he dicho que parecíais una ninfa de bosque con tanta agua, barro y ramitas en el pelo. ¡Y lo reafirmo al veros con ese encantador vestido verde y la trenza!
-Cierto, tenéis buen gusto -comentó doña triste-. Parecéis una hada.
El mayordomo asomó por una puerta de la sala e informó a sus patrones de que todo estaba listo. Azahara, pensando en que se refería a la comida, empezó a acercarse a la mesa. Pero sus anfitriones no se movieron del lado de la chimenea.
Todas las velas de la sala se apagaron. No había más luz que la que provenía de la chimenea de piedra, dando un aire aun más fantasmagórico a los hermanos. Por la puerta entró Álvaro llevando lo que parecía un libro.
-¡Oh! ¡Aquí están las instrucciones! Veréis, hacemos esto cada año -dijo Víctor cogiéndolo con tanto mimo como si fuera un bebé.
Azahara, curiosa, se acercó para ver de qué se trataba. Pero no quiso preguntar, itimidada por Isabel, que la miraba con una cara absurdamente apenada. Parecía que sentía compasión por ella. Y eso no le gustaba, porque si le daba pena, era que algo malo le sucedía. O le podría suceder...
-¡Oh, linda señorita! ¿Sentís curiosidad por este objeto? -preguntó dulcemente el anfitrión al darse cuenta de que su invitada se había acercado.
Pero Azahara ya no quería saber lo que ponía ahí. La amabilidad afilada de aquel hombre ya no le gustaba. Estaba nerviosa en la casi absoluta oscuridad de una habitación que no conocía. Intentó mantener el temple, pero el miedo la confundía y cada vez estaba más nerviosa. Sé quedó muy quieta procurando parecer tranquila e intentando despejar su mente para salir de allí cuanto antes.
-Es el libro de la historia de esta casa -empezó Víctor-. ¡Oh! Es muy interesante. Pero mi parte favorita es la del final. Un poco trágico, la verdad, pero muy espectacular...¡Se me ha ocurrido una idea!
Eso era lo más falso que se había dicho esa noche. Era obvio que sea lo que fuera, ya lo tenía planeado desde hacía tiempo. Así lo demostraba la mueca perversa que le asomaba en los labios.
-¿Por qué no lo reproducimos? ¡Oh! ¡Es genial! Estamos los justos. El dueño, su hermana, el mayordomo, y la invitada inesperada
Qué casualidad...
-Bien, leamos -continuó-. ¡Oh! Aquí empieza mi parte favorita -y cambió la voz a una mucho más seria, profunda, con muchos años de antigüedad y poder: el señor se hincó de hinojos delante de su amada ...
Víctor, sin apartar la de repente oscura mirada de la de Azahara, se agachó ante ella y le aferró la mano con fuerza.
-El arrodillado cogió con ternura -Azahara ya no sentía los dedos- la mano a su amada y le dijo: "Razón de mi vida, desde el momento en que os conocí, no he vuelto a saber qué es el olor de las flores, qué el calor del sol, qué el aire en mis pulmones. He olvidado cómo pensar. Porque sois mis flores, mi sol, mi aire y la única imagen de mi mente. Por favor, dejad de torturarme concediéndome la suerte de tener vuestra mano por el resto de nuestras vidas y de la eternidad de los cielos".
Sucedió un silencio nada tenso, muy ensayado.
-¿Qué contestáis? -preguntó con voz amenazadora.
Consciente de que aquellas podían ser sus última palabras, respiró profundo y contestó evasivamente:
-¿Qué contestó ella?
-Oh, sin duda contestó mal. Así que decidió que si no le aceptaba en este mundo, lo haría en el siguiente.
Empujó violentamente a Azahara hacia la pared y cayó desorientada y sin aire. Víctor cambió sus modales por gestos rabiosos. Isabel se puso a llorar silenciosamente y se escondió detrás del otro butacón. Él fue hasta la ventana que había al lado de Azahara, arrancó las cortinas de un solo tirón, volvió a la chimenea y dejó que la tela ardiera para después volver a sacarla y prender la alfombra. Parecía que todo estaba impregnado de queroseno previamente. En cuestión de segundos, todo estaba en llamas.
Cuando Azahara se recuperó del golpe, ya estaba prácticamente rodeada de lenguas de fuego y humo que la asfixiaba. Sabía que tenía que salir de allí antes de desmallarse. O de que aquel loco se acordara de ella. Pero era inútil: la puerta estaba al otro lado del círculo de fuego. La ceniza comenzó a inundar sus pulmones. El tiempo se le acababa. El calor no hacía más que aumentar su desesperanza. ¡No podía hacer nada! Sólo esperar a desmallarse antes de morir abrasada.
Se oyó un enorme estruendo: los cristales de las cinco ventanas del salón estallaron por el contraste de temperatura entre el interior y el exterior. Azahara se encogió en un acto reflejo. Gracias al susto, había despertado. Ya había encontrado una salida: la ventana. Las telas de las paredes estaban ardiendo, pero el hueco era lo suficientemente grande. Sin querer mirar el reloj de pie que estaba ardiendo justo al lado de su escapatoria, se metió por ella de cabeza. El vestido había prendido. Inconsciente de cualquier dolor, rodó para apagar las pequeñas llamas, se levantó, dio gracias por llevar deportivas y rodeó la casa para encontrar la puerta y así el sendero. Por suerte, había cogido el camino corto. Al llegar a la bifurcación sólo dudó un poco, lo justo para oír el desgarrado grito de un hombre desde sus espaldas.
Azahara corrió, corrió y corrió, y asfixiada calló sonoramente sobre unas escaleras de madera. En el mismo borde del desmallo, vio que una puerta se abría y un par pies metidos en babuchas rosas...
-¡¿Azahara?!
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